No me gusta hablar de la muerte, pero hoy voy a dedicar estas líneas a ella. Los ecólogos que estudian demografía hablan de la muerte como un parámetro demográfico necesario para entender la dinámica de una población. Una concepción fría y distante para entender procesos poblacionales. Algunas personas dicen que la muerte forma parte de la vida. Soy biólogo, aparte de ecólogo, y por ello estudio la vida. No considero que la muerte forme parte de la vida, es el final de la vida. Cuando un ser vivo muere desaparece la vida material. La Universidad de Sevilla ha perdido en una semana a dos personas que conocía y apreciaba. Juan Manuel Herrerías Gutiérrez, Catedrático de la Facultad de Medicina que tanto bien ha hecho a tanta gente, y José Rodríguez Pardillo, miembro del PAS de la Facultad de Biología, esforzado trabajador que hacía Facultad con su humanidad. Un recuerdo entrañable para ellos.
Como biólogo niego la muerte. Pero como ser humano, como persona también. Las personas que mueren abandonan un mundo al que llegaron para ser felices. Cuando alguien muere, sus seres queridos, familiares y amigos, sufren el proceso de la separación de alguien con quien vivieron y convivieron, amaron y quizás también sufrieron. Como creyente pienso que existe una vida más allá del proceso que te quita la vida. Un tiempo eterno de encuentro con Dios y los Santos, los seres con quien vivimos y nos precedieron en el abandono del mundo. Un tiempo de paz. para algunos el único tiempo de verdadera paz tras una vida de sufrimiento. Esto me lleva a una primera reflexión: ¿Por qué hay personas y organizaciones en el mundo que causan tanto sufrimiento? O también, ¿por qué hay personas que poder y ambición de dinero causan tanto sufrimiento? ¿Por qué muchos seres humanos mueren huyendo del horror tratando de alcanzar un poco de paz? ¿Por qué les cerramos las puertas?
También me lleva el tema a otra reflexión: la importancia de los recuerdos y la esperanza, bendita esperanza. Cuando alguien nos abandona nos quedan los recuerdos. Para los creyentes no solo hay recuerdos, sino también esperanza. A pesar del dolor profundo de la separación, por ejemplo de esos padres que pierden a un hijo o hija, los creyentes tenemos la esperanza que reside en la promesa de la vida eterna en un mundo de luz y paz, de encuentro total. La separación es dura y a veces el consuelo, incluso para los creyentes es pequeño ante tal hecho, pero existe esperanza y quedan los recuerdos. La muerte es muy dura, el recuerdo dulce y la esperanza, la necesaria esperanza, un fuerte báculo para sobrellevar lo incomprensible. Alimentemos la esperanza y atesoremos nuestros recuerdos.