Es Semana Santa, un tiempo muy especial. Nos reencontramos con lo que creemos, y queremos, en nuestros recorridos procesionales en el mundo de nuestras Cofradías y Hermandades, tan queridas en nuestra ciudad.
En este sentido deseo expresar dos cosas. Una, recordar que la realidad de las Cofradías y Hermandades no se reduce a los recorridos procesionales, ya que tienen todo el año actividades religiosas y una clara proyección social con asistencia a los que no tienen. Hay miembros de ellas que todas las noches recorren Sevilla atendiendo a los "sin techo".
Para ellas, todo el año es Semana Santa. Dos, la posibilidad que generan en forma de la maravillosa manifestación popular que representan los recorridos procesionales por la calles. Estamos juntos en la calle, admirando o rezando, al ver las imágenes. La Semana Santa nos da esta oportunidad. Encuentro en la calle y encuentro con nosotros mismos, con nuestro interior al mirar esa Virgen o ese Misterio. Los colores nos dan vida en este tiempo. Y los olores, azahar, cera e incienso.
Pienso que hay dos momentos que el cristiano debe tener en su corazón y tratar de apreciar lo que significan. Uno, el Nacimiento de Jesús, ese imprescindible 24 de diciembre, donde nace el mensaje que transformará el mundo. Dos, el Domingo de Resurrección, donde Jesús, que nació para traernos la Verdad, triunfa sobre la oscuridad, y nos indica que todo es posible a la luz de la Verdad revelada, que se inició en un humilde portal, en una periferia social y urbana, descartada de la casta.
Los colores de la Semana Santa son muchos, pero al menos recordaré tres: el blanco, el burdeos y el verde. Son bellos colores presentes en la calle, junto a otros, llenos de simbología, que representan la Vida, la Esperanza y la Misericordia, blanco, verde y burdeos. Vivamos nuestra maravillosa Semana Santa en esta bendita ciudad de Sevilla, juntos, pero que esta vivencia nos sirva para ser mejores y contribuir, cada uno en su sitio, a construir una sociedad más justa y feliz.