En los tiempos previos a la Navidad, hubo un debate relativo a la necesidad de las luces que iluminan nuestras calles en los diferentes barrios de cada ciudad. Si bien me parece estéril la discusión sobre si mi ciudad está más o menos iluminada que otra, si defiendo las luces navideñas en las calles. Este país ha sufrido mucho, y de hecho sigue sufriendo, por la pandemia y sus efectos, y se merece una Navidad iluminada. Unas calles alegres donde estar y sentir. Hubo quien opinaba que iluminar las calles era una invitación al incumplimiento de las normas de seguridad recomendadas en relación con la COVID-19. Irresponsables los habrá siempre, con luces y sin luces, y me temo que el peligro de la COVID-19 no está principalmente en las calles. Nos merecemos y necesitamos calles iluminadas esta Navidad. Nuestros barrios deben tener las luces navideñas que siempre han tenido. Por otro lado, la luz tiene una simbología propia, ilumina el camino. Cada Navidad celebramos el nacimiento de Jesús y, con ello, cada año tenemos una posibilidad de acercarnos más a su mensaje iluminador en un mundo con muchas sombras. El camino del Evangelio nace como posibilidad para todos cada Navidad. Para los católicos, las luces de la Navidad tienen un sentido especial.
Mi hija Teresa me ha enviado un hermoso mensaje del Papa Francisco para esta Navidad: Navidad eres tú cuando decides nacer de nuevo cada día y dejar entrar a Dios en tu alma. Eres también luz de Navidad, cuando iluminas con tu vida el camino de los demás con la bondad, la paciencia, la alegría y la generosidad. Este mensaje nos hace pensar en la familia, el tesoro más importante de la comunidad, donde se manifiesta lo que dice el Papa: la luz, la bondad, la generosidad, la paciencia, el perdón, la gratitud y otras muchas virtudes necesarias para el camino individual y colectivo. El 27 de diciembre se ha celebrado la Jornada de la Sagrada Familia, bajo el lema “Los ancianos, tesoro de la Iglesia y de la sociedad”. Un recuerdo aquí para las personas mayores fallecidas durante la pandemia, que en realidad es una sindemia ya que incide fundamentalmente en los más débiles y desfavorecidos. Tenemos que analizar lo ocurrido, para que no vuelva a acaecer, con nuestras personas mayores, los mayores de 70 años, que constituyen más del 80% de los fallecidos por COVID-19, y el 50% vivía en residencias de mayores. Un recuerdo para ellos en esta Navidad.
En cada belén familiar, los que ponemos en nuestras casas, está en un lugar central la Sagrada Familia. Nuestras propias familias, que con esmero han puesto el belén en nuestras casas, deben mirar como espejo la familia de Belén que tenemos con nosotros estos días llenos de ternura. Mi hijo, Enrique, acarreó las cajas de nuestro belén familiar para que pudiese estar en casa esta Navidad, y mi esposa, Teresa, ayudó a ponerlo, junto con el árbol, que para los católicos es también un símbolo, al recordar que Jesús es el verdadero árbol de la Vida, como se nos manifiesta en la revista Iglesia en Sevilla, en su número especial de Navidad de este año (nº 277). Apreciemos y vivamos la familia esta Navidad, una realidad luminosa para nuestra propia vida. Jesús es la esperanza que viene cada tiempo de Navidad, un tiempo de luces no solo en las calles, sino en nuestros corazones. En el tiempo de Navidad tenemos muy buenos sentimientos, se incrementan los afectos, conservemos estos valores todo el año.
Nuestro Arzobispo, Monseñor Juan José Asenjo Pelegrina, nos llama a vivir una Navidad austera y cerca de los pobres. También nos invita a vivir estas fechas recogidos en casa para favorecer una Navidad más íntima, austera y sincera. Es un bello mensaje de nuestro Arzobispo con el que nos ilumina el camino de esta Navidad recomendando la vida en familia. De nuevo la luz necesaria, esa luz que brillaba en el portal de Belén, quizás un establo, donde nació Jesús, junto a María y José. Posiblemente fue una noche fría y oscura y, a lo lejos, se podría ver una luz en la oscuridad, la luz de la esperanza materializada en un fuego en un humilde portal del imaginario popular cristiano que materializamos en nuestras casas en el belén familiar. Nos pide Don Juan José que el Señor nazca no solamente en nuestros belenes, sino sobre todo en nuestros corazones y en nuestras vidas. En relación con la familia, nos exhorta a vivir de manera íntima esta Navidad estrechando los vínculos de comunión y unidad en la familia. Necesitamos los mensajes luminosos de nuestro Arzobispo en esta Navidad y los seguiremos necesitando, roguemos a Dios que no nos falten.
El Evangelio de Lucas nos dice (2, 16): “Fueron de prisa –los pastores- y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre”. Esto fue lo que hallaron los pastores, personas humildes y sencillas, los primeros de la totalidad social de la época que vieron al Hijo de Dios. Todo un mensaje en pocas palabras que debe hacernos meditar. El Adviento que hemos vivido es un tiempo de esperanza, una esperanza real, que nos ha preparado con fe para vivir el amor, la Navidad es un tiempo de amor. Los padres de mi esposa, Juan y Teresa, una familia reflejo de la Sagrada Familia, me regalaron en la festividad de la Epifanía de 1987 un libro de José Luís Martín Descalzo que lleva por título “Vida y misterio de Jesús de Nazaret”, con una dedicatoria que decía: “Para que afiances más tus conocimientos del Hombre-Dios y tengas materias claras para contar a tus hijos”. Y así he tratado de hacerlo en su recuerdo y en el mis padres, Manuel y Rosario, que también vivían la Navidad en el calor de la familia, con mi hermana Pilar y mi tía Enriqueta, y los abuelos, y con su ejemplo he guardado muchos recuerdos de ese tiempo en el corazón. Nuestros amigos y vecinos pueden ser una extensión de la familia, quiero tener un recuerdo especial esta Navidad para Nana y su familia. También las empleadas de hogar, muchas injustamente tratadas en la pandemia forman parte de la familia, un cariñoso recuerdo para María Luisa. Las parejas de los hijos también hacen crecer a la familia y la robustecen si reina el amor en el conjunto generado. El libro citado de Martín Descalzo nos habla del lugar del nacimiento de Jesús como de una gruta natural donde, cito el texto del libro, llegaron María, con el rostro blancuzco del polvo del camino, y José, quizás ambos cansados, pero felices sabedores de su papel en la salvación de la humanidad, portadores de quien traería un mensaje esencial para el conjunto del mundo. Y estando allí se cumplieron los días de su parto (Lc, 2,5). Y nacieron la luz, la esperanza y el amor. Esa luz que también vemos en las luces de Navidad de nuestros barrios, que miramos con esperanza y nos recuerdan cada tiempo navideño que el amor es el único camino.