Alguien dijo que la puerta del Reino de los Cielos tiene tres cerraduras. Dichas cerraduras se abren con tres llaves: la del amor, la de la gratitud y la del perdón. Perdón, gratitud y amor. Ha finalizado el Jubileo de la Misericordia, pero han quedamos hermosas palabras, deseos e iniciativas, en definitiva, oportunidades que el Jubileo ha facilitado. Espero que el mundo sepa asimilar, entender y poner en acción el mensaje del Jubileo de la Misericordia. Lo necesitamos. El mundo, el planeta y los seres humanos necesitamos más, mucha más, Misericordia.
El papa Francisco deja como uno de los legados del Jubileo de la Misericordia que los sacerdotes estén autorizados a perdonar de forma permanente a las mujeres que interrumpen voluntariamente el embarazo. Es decir, absolver el pecado del aborto, algo que hasta este momento solo podían hacer los obispos o el propio Pontífice. Lo que el Papa había concedido en el año del Jubileo lo extiende en el tiempo.
Es algo muy importante para las mujeres católicas. Evidentemente no arregla las injustas causas profundas de un gran número de abortos, estas causas son económicas, culturales y sociales, la mayor parte de la veces. Muchas mujeres han considerado que el hecho de no abortar las conducía al descarte, la indigencia o el abandono, en una sociedad poco comprensiva e inclusiva para facilitar la vida al que menos tiene, es decir el vivir, a personas sin los medios suficientes. Y el estado de abandono e imposibilidad económica, o simple ignorancia ha conducido a muchas mujeres a situaciones no deseables en que, seguro que muchas veces sin querer han tenido que abortar, o incluso a la muerte. Como biólogo no puedo negar que el aborto acaba con un ser vivo, inocente del mundo al que intenta acceder, pero como ser humano no puedo sino rechazar de forma contundente la situación social y económica impulsa a las mujeres a abortar. Este es el tema de fondo que habría que solucionar, no podemos mirar para otro lado.
El papa Francisco nos muestra de nuevo el camino, nos da luz, y muestra un perdón omnicomprensivo, y nos dice «no existe ley ni precepto que pueda impedir a Dios volver a abrazar al hijo que regresa a él reconociendo que se ha equivocado, pero decidido a volver a comenzar desde el principio. Quedarse solamente en la ley equivale a hacer banal la fe y la misericordia divina».