Esta contribución es especial para mí, con un alto contenido emotivo y llena de fe, de convencimiento de que nuestra vida tiene un componente de trascendencia, porque representa un homenaje general a todas las madres que viven una vida generosa llena de alegría para sus hijos, y especialmente a las madres que educan a sus hijos desde la perspectiva del Buen Evangelio de Jesús.
Cuando una madre parte de la vida terrenal es un momento de gran desconsuelo para sus hijos. Las madres son esenciales, posiblemente lo más importante de nuestra vida. Pero mi intención, además de lo indicado, va más allá. Mi deseo es hacer un recordatorio personal a una madre que ha partido de la vida terrenal a finales del agosto y participa ya de la presencia de Dios, un Dios en el que creía plenamente, con una fe que manifestaba a raudales. Nana es el nombre que mis hijos desde su infancia hasta hoy dan a nuestra vecina Juana, madre de cinco hijos (Carmen, María José, Coronada, Juan y Rocío) y viuda desde muy joven. Para nuestra familia siempre han sido parte de la misma desde hace muchos años.
Nana ha sido una madre ejemplar, sus hijos son igualmente excepcionales ya que han sido educados por ella en valores y virtudes, una vida impregnada de sentido cristiano. También ha ejercido de abuela excepcional creando una familia unida y numerosa. Su profunda fe, católica practicante y ejemplar, y bondad la llevó en todo momento a estar pendiente del prójimo, como enseña el Evangelio, en una constante actitud de servicio para todos: familia, vecinos, amigos, y para todo el que la necesitase, bien en Sevilla o en su pueblo, Calañas.
Recuerdo cuando muchas mañanas me encontraba con ella, muy temprano, que venía, daba igual la climatología, de cumplir sus deberes espirituales. Siempre un saludo con una sonrisa y palabras sentidas. Una oración constante por todos, una oración convertida en vida diaria. Como tantas personas impregnadas de la gracia de Dios a través de la presencia del Espíritu Santo, su sonrisa irradiaba amor, y sus palabras eran siempre adecuadas para cada situación trayendo la paz a nuestras vidas. Una constante actitud de servicio. Hay muchas madres así, auténticas santas de la vida diaria, y Nana era una de ellas. Demos gracias a Dios por ello, el mundo las necesita.
Los creyentes creemos en la Comunión de los Santos, lo recitamos en el Credo. También creemos en la Resurrección y en la Vida Eterna. Sabemos que Nana está con nosotros y continúa velando por todos. Sus hijos deben saber que cuida constantemente de ellos, como siempre hizo en su vida terrenal. Ahora está con todos de otra forma. Pero somos humanos y sufrimos con la separación. Todos sufrimos con la separación de los seres queridos, y la separación de la madre es con seguridad uno de los momentos más tristes de la existencia. Quien escribe estas líneas le estará eternamente agradecido, con la seguridad del recuerdo imborrable que ha dejado en mi familia, que siempre fue suya. Nana se marchó dando paz a sus hijos como siempre hizo. Pero también amor y esperanza hasta el final. Son tres palabras que llenan la vida del creyente; fe, esperanza y amor.
Esas tres palabras llenaron la vida de Nana y con ellas convivió siempre con todos, dejándonos un recuerdo imborrable y un ejemplo constante de vida que todos, especialmente para sus hijos, que con el ejemplo de su madre contribuirán con seguridad a un mundo mejor. Apreciamos y agradecemos ejemplo constante de Nana, su amor infinito para todos y el camino de esperanza que nos mostró a través de su fe, una fe ejemplo para todos porque la llevó a la práctica de forma generosa toda su vida.