El capítulo primero de la Encíclica es esencial y su título lo justifica: Las sombras de un mundo cerrado. Efectivamente no podemos negar que en el mundo hay mucha luz, pero también mucha sombra. De nuevo la necrofilia frente a la biofilia, de acuerdo con Erich Fromm. En el mundo hay numerosas sombras y una, como nos dice el Papa Francisco, es la evolución hacia un mundo cerrado. Nos insiste el Papa en el problema de la inseguridad, el miedo, la incertidumbre, la soledad de tantas personas es hoy una realidad y lo hemos podido ver con la grave cuestión del Sars-Cov-2 y la enfermedad que genera, la COVID-19. ¿Qué pensará toda esa gente que está en paro o que cierra sus negocias cuando oyen los augurios del Fondo Monetario Internacional? El Papa dice que se está difundiendo una sensación general de frustración, de soledad y de desesperación. Todo muy alejado de la fraternidad universal, de la idea de que todos somos hermanos.
En el mundo actual los sentimientos de pertenecía a una misma humanidad se debilitan y el sueño de construir juntos la justicia y la paz parece una utopía de otras épocas. En la Encíclica tiene el Papa mensajes relacionados con la pandemia que sufrimos, así nos dice: Es verdad que una tragedia global como la pandemia de la COVID-19 despertó durante un tiempo la consciencia de ser una comunidad mundial donde el mal de uno perjudica a todos. ¿Repensaremos nuestro modo de vida? Dicen los observadores geopolíticos que existe un posible mundo postpandémico con tres escenarios globales posibles: regreso de ideas de izquierda, fin de globalización neoliberal, recrudecimiento de neoliberalismo. No lo sabemos, pero sí está claro que el Papa Francisco nos da ideas muy claras de cuáles son los principios de que deberían vertebrar el mundo tras la pandemia, y la Encíclica que comentamos encierra mucho contenido, especialmente si la combinamos con Evangelii Gaudium y laudato Si.
Nos habla también el Papa en este capítulo de la ilusión de la comunicación, y manifiesta que: Paradójicamente, mientras se desarrollan actitudes cerradas e intolerantes que nos clausuran ante los otros, se acortan o desaparecen las distancias hasta el punto que deja de existir el derecho a la intimidad. Todo se convierte en una especie de espectáculo que puede ser espiado, vigilado, y la vida se expone a un control constante. Realidades como la expuesta en 1984 la novela de George Orwell parecen que las podemos vivir. Debemos meditar sobre esto. La libertad individual y la intimidad pueden quedar destruidas si no gestionamos bien algo que tiene grandes beneficios. No habla el Papa de la agresividad y dice: La agresividad social encuentra en los dispositivos móviles y los ordenadores un espacio de ampliación sin igual. Hemos perdido en parte al otro, bien sea igual o distinto. El sentarse a escuchar a otro , característico de un encuentro humano, es un paradigma de actitud receptiva, de quien supera el narcicismo y recibe al otro, le presta atención, lo acoge en el propio círculo. Y pasamos de lunes a domingo sin darnos cuenta. El mundo actual nos aleja de la comunicación sosegada, hay prisa, individualismo, al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensaje rápidos y ansiosos, se pone en riesgo la estructura básica de una auténtica comunicación humana, sin reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común. Tenemos mucho sobre lo que meditar para vivir con un mayor equilibrio con nosotros mismo y con los demás.