El capítulo segundo de la Encíclica tiene un interesante título: Un extraño en el camino. El Papa Francisco nos manifiesta su deseo de buscar luz en medio de las tinieblas que vivimos y darnos algunas líneas de acción, e inicia su mensaje recordando una parábola de Jesús mostrada en Lucas, 10, 25-37. La parábola recoge el diálogo entre Jesús y un maestro de la Ley, quien le pregunta ¿Quién es mi prójimo? Jesús hace un relato sobre un hombre que marchaba de Jerusalén a Jericó y fue asaltado quedando malherido en el camino. Un sacerdote y un levita lo vieron y pasaron de largo, pero un samaritano lo atendió con sumo cuidado. Jesús pregunta al maestro de la Ley ¿Cuál de los tres se comporto con el hombre sufriente? El maestro contesta que el tercero, el samaritano, el que lo trató con misericordia. Y Jesús le dice: Tienes que ir y hacer lo mismo.
El mensaje es claro. Creo que todos tenemos claro quién es nuestro prójimo y qué tenemos que hacer. Pero ni la sociedad ni nosotros mismos nos lo ponemos fácil. El Papa Francisco con esta parábola nos recuerda que Jesús nos indicó el camino.
El Papa ha hablado mucho de misericordia, y sigue faltando mucha en el mundo y en nuestro entorno. Hay una invitación permanente a practicar la misericordia. Nos dice el Papa que en toda la historia de la humanidad hemos tenido un desafío: la relación con nosotros mismos. Caín le responde a Dios cuando es preguntado por Abel: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Todos debemos ser guardianes de cada uno de nosotros, incluido el extraño que nos encontramos en el camino. Somos, a modo del personaje El Pricipito, de Antoine de Saint–Exupéry, responsables de nuestra rosa. Hay una invitación a crear una cultura diferente que nos oriente a superar las enemistades y a cuidarnos unos a otros.
La parábola que inicia este capítulo de la Encíclica nos dice el Papa que muestra personas que tenían una función importante en la sociedad pero que no tenían en el corazón el bien común. El samaritano, nos recuerda el Papa, no solo le dio valores materiales para ayudar al desvalido sino que le dio algo muy valioso: su tiempo. Y también el Papa nos dice: nos hace falta reconocer la tentación que nos circunda de desentendernos de los demás, especialmente de los más débiles. Los síntomas de la sociedad muestran evidencias de un ente enfermo: una sociedad que busca construirse de espaldas al dolor.
El Papa nos invita a mira el modelo del Buen Samaritano y nos revela algo característico del ser humano, que debía serlo en todos nosotros, especialmente en los que más oportunidad tiene de atender a los desvalidos: hemos sido hechos para la plenitud que solo se alcanza en el amor. El texto evangélico que sirve de guía a este capítulo también invita a que resurja nuestra vocación de ciudadanos del nuestro propio país y del mundo entero, constructores de un nuevo vínculo social.
El Papa Francisco nos llama a ser ciudadanos del mundo unidos en busca de un fin común: la fraternidad y el bien común. No hay extraños en el camino, somos todos uno, de nuevo la idea de John Donne, “nadie es una isla encerrados en sí mismo, no preguntes por quién doblan las campanas, doblan por ti”. No hay extraños en nuestro camino por la vida, son encuentros con el prójimo. La sociedad debe encaminarse al bien común y reconstruir su orden político y social, su tejido de relaciones, su proyecto humano. El mensaje es claro, a la humanidad, a nuestra sociedad, a nosotros mismo solo nos queda un camino que es ser un buen samaritano.
A veces buscamos modelos iluminadores cuando tenemos uno muy cerca, el Evangelio, el Buen Evangelio de Jesús. El Evangelio no es algo teórico que podamos leer de forma rutinaria sin su aplicación diaria, es un camino para la acción. El Papa nos dice en la Encíclica que la parábola nos muestra con qué iniciativas se puede rehacer una comunidad a partir de hombres y mujeres que hacen propia la fragilidad de los demás, que no dejan que se erija una sociedad de exclusión sino que se hacen prójimos y levantan y rehabilitan al caído para que el bien sea común. Un nuevo modelo social se anuncia, el mismo modelo que anunciaba Jesús de Nazaret. ¿Qué hemos hecho en veinte siglos globalmente con un mensaje tan sublime? Seguimos encontrando extraños en nuestro camino, cada vez más extraños, alejados de una existencia lanzada al camino de realizar la fraternidad humana, y más allá, recordando, Laudato Si´, una fraternidad universal que incluye todo lo creado, la casa común.
La historia del buen samaritano se repite y se torna más visible que la desidia social y política hace de nuestro mundo un camino desolado, un camino con extraños lacerados, heridos, empobrecidos, destrozados, aislados, ante la mirada del sacerdote y del levita de la parábola. El Papa nos recuerda que hemos visto en el mundo avanzar las densas sombras del abandono, de la violencia utilizada con mezquinos intereses de poder, acumulación y división. Cada día se nos habla de la vacuna contra la COVID-19 como la gran esperanza ante un virus Sars-Cov-2 al que no podemos vencer de otra manera, y la cuestión es ¿llegará esta vacuna a todo el mundo independientemente de su lugar de nacimiento y de su poder adquisitivo? ¿Será esta vacuna universal y gratuita? ¿Se impondrán el sacerdote y el levita o bien el buen samaritano? Hemos creado un mundo indiferente, especialmente del distinto, donde no miramos con la mirada del otro, una realidad que hay que cambiar. Hemos generado una sociedad donde el camino está lleno de extraños.
El Papa Francisco nos hace notar un aspecto de la parábola y de este modo nos manifiesta que en los que pasan de largo hay un detalle que no podemos olvidar, eran personas religiosas. Nos pide vivir la fe facilitando la apertura del corazón a los hermanos. Si tenemos una fe, un mensaje claro como es el Evangelio, no seamos como el sacerdote y el levita, seamos buenos samaritanos. Cada día nos ofrece una nueva oportunidad, una nueva etapa. Como decía un personaje de Charlie Brown (Carlitos) y Snoopy, de Charles M. Schulz, “hoy es el primer día del resto de mi vida”. Tenemos tiempo. Hay una llamada a ser parte activa en la rehabilitación y el auxilio de sociedades heridas. Tenemos una revolución permanente de base evangélica por hacer. Muchos hablan de revolución social, ¿qué revolución social más grande para la vida diaria que la actitud del buen samaritano? El samaritano del camino se fue sin esperar reconocimientos o gratitudes. Jesús plantea en esta parábola que nutre el capítulo segundo de la Encíclica Fratelli Tutti una pregunta esencial: ¿Quién es mi prójimo? Y a partir de ella construye un mensaje definitivo. La propuesta es, para el Papa, hacernos presente ante el que necesita ayuda sin importar si es parte del propio círculo de pertenecía. Es una llamada a la fraternidad universal, a una globalización nueva, muy distinta de la que practicamos, una globalización de la solidaridad. El samaritano se hizo prójimo del herido que ni fue un extraño en su camino.
En el Evangelio encontramos otro ejemplo: la mujer samaritana del pozo. Lo que nos lleva a la idea del prójimo sin fronteras. Construimos muros, vallas, distancias imposibles con los otros. En el Evangelio, a través de los encuentros de Jesús, vemos el encuentro de judíos y samaritanos, con un profundo mensaje si pensamos en el tiempo histórico de nuestro Salvador, una potente interpelación para que ampliemos nuestro círculo, nuestra capacidad de amar en una dimensión universal capaz de traspasar prejuicios y barreras. Al asumir el Evangelio somos capaces de identificarnos con el otro sin importarnos donde ha nacido o de donde viene. Al final del capítulo, el Papa Francisco llama a, también desde la catequesis y la predicación, y en la vida diaria, incluyamos de modo más directo y claro el sentido social de la existencia, la dimensión fraterna de la espiritualidad, la convicción sobre la inalienable dignidad de cada persona y las motivaciones para amar y acoger a todos.