Llegamos al final del recorrido que hemos hecho juntos a través de la Carta Encíclica Fratelli Tutti sobre la fraternidad y el amor social. Han sido catorce semanas a través de las cuales hemos tratado de desgranar el mensaje del Papa Francisco conducente a lograr un mundo mejor, más unido, más social, más fraterno, desde el seguimiento de la senda de amor de Jesús manifestada en el Evangelio. En este último capítulo de la Encíclica, que lleva por título “Las religiones al servicio de la fraternidad en el mundo”, trata el Papa Francisco de mostrar como todas las religiones tienen una idea común que se manifiesta en la realidad de que todos somos hijos de Dios y, por ello, hermanos. Nos dice el Papa que las distintas religiones ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad y para la defensa de la justicia en la sociedad. La justicia, de acuerdo con la RAE, es el principio moral que inclina a obrar y juzgar respetando la verdad y dando a cada uno lo que le corresponde. Evidentemente tenemos un mundo con graves carencias de justicia que hacen difícil la consolidación de la fraternidad universal. El Papa esgrime un fundamento único en la dirección de dicho logro, como es la apertura al Padre de todos, ya que sin ella no habrá razones sólidas y estables para el llamado a la fraternidad.
Se plantea el Papa, citando a Benedicto XVI en “Cáritas in veritate”, que el camino de la razón para encontrar razones en relación con dicha búsqueda individual o colectiva del camino para la unión, no es suficiente y nos manifiesta que la razón por sí sola es capaz de aceptar la igualdad entre los hombres y de establecer una convivencia cívica entre ellos, pero no consigue fundar la hermandad. La idea es clara, la hermandad se alcanza desde la aceptación de ser hijos de Dios como causa última, independientemente de razonas sociales y materiales que son de peso, pero quizás insuficientes para esa concepción real, sentida y compartida, de la fraternidad universal. Nos habla el Papa del peligro de los totalitarismos y la ausencia de verdades trascendentes, retomando palabras de San Juan Pablo II en Centesimus Annus, donde pone en valor la idea de la importancia de la verdad trascendente como garantía para relaciones justas entre los hombres. Así cita el Papa a San Juan Pablo II diciendo: “Si no se reconoce la verdad trascendente, triunfa la fuerza del poder”, se imponen intereses individuales y “no se respetan los derechos de los demás”. La persona humana es “imagen visible de Dios” y, por ello, no es posible “negar la dignidad trascendente de la persona humana”, alcanzando por ello “derechos que nadie puede violar, ni el individuo, grupo, clase social, nación o Estado”. Una llamada también a las mayorías que se imponen a las minorías, el respeto a la minoría es una de las esencias de la democracia en el estado moderno, pero no siempre se cumple. Hay muchas minorías marginadas, cuando no perseguidas. Y dice el Papa Francisco que los creyentes de las distintas religiones sabemos que hacer presente a Dios es un bien para nuestras sociedades. Esta aceptación de la presencia de Dios, de la unidad que representa ser hijos del mismo Padre, hijos de Dios, es una condición para la extensión de la fraternidad universal.
En documentos anteriores, el Papa Francisco nos decía que no hay guerras de religión, ya que en realidad son guerras con intereses económicos en muchos casos, y se pretende disfrazar de guerras basadas en diferencias religiosas, lo cual es absurdo desde el convencimiento del creyente de la pertenecía al mismo Padre. En el Discurso a los líderes de otras religiones y otras denominaciones cristianas, en 2014, citado en Fratelli Tutti, el Papa Francisco manifestaba que cuando, en nombre de una ideología, se quiere expulsar a Dios de la sociedad, se acaba por adorar ídolos y la dignidad del hombre es pisoteada y sus derechos violados. En el mismo discurso, el Papa nos llama a reconocer las atrocidades a las que puede conducir la privación de la libertad de conciencia y de la libertad religiosa.
Hay muchas razones que evidencian una situación de anestesia de conciencia a nivel mundial, por lo menos en el mundo con más recursos, y para el Papa esta situación de anestesia de la conciencia junto con el alejamiento de los valores religiosos, manifestados en el cristianismo en el Evangelio, son causa de la crisis innegable del mundo moderno. Expresa el Papa una idea muy contundente: No puede admitirse que en el debate público solo tengan voz los poderosos y los científicos. Que el mundo está controlado por los poderosos, y la democracia está debilitada al igual que el poder real de los Estados, es una idea que algunos tachan de “conspiranoica”, sin embargo, el propio Papa Francisco llama la atención ante tal peligro. La ciencia debe velar por el bien común y ayudar en la búsqueda de la equidad y la justicia que conducen a la verdadera fraternidad universal. El Papa llama a una reflexión que procede de un trasfondo religioso que recoge siglos de experiencia y sabiduría. El Papa dice que la Iglesia respeta la autonomía de la política, pero no relega su propia misión al ámbito de lo privado y nos recuerda las palabras de Benedicto XVI, “la Iglesia no puede ni debe quedarse al margen en la construcción de un mundo mejor ni dejar de despertar las fuerzas espirituales”. Plantea el Papa Francisco una cuestión importante sobre el papel público de la Iglesia debido a la dimensión política de la existencia, citando a Aristóteles. Para el Papa, tomando ideas de Benedicto XVI, la Iglesia tiene un papel público que no se agota en sus actividades de asistencia y educación sino que procura la promoción del hombre y la fraternidad universal.
La Iglesia es una casa con las puertas abiertas, porque es madre, también nos dice el Papa, insistiendo en que queremos ser una Iglesia que sirve, que sale de casa, para acompañar la vida, sostener la esperanza, ser signo de unidad, tender puentes, romper muros, sembrar reconciliación. Todas estas acciones imprescindibles están contenidas en el Evangelio, nuestra guía como cristianos. No dice el Papa que la Iglesia valora la acción de Dios en las demás religiones y no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Y también llama en la Encíclica a que los cristianos no podemos esconder que si la música del Evangelio deja de vibrar en nuestras entrañas, habremos perdido la alegría que brota de la compasión. Una llamada a que la música del Evangelio no deje de sonar en nuestras casas, en nuestras plazas, en los trabajos, en la política y en la economía. Insiste el Papa en el respeto a las minorías, cuestión esencial para la convivencia, los cristianos pedimos que, en los países donde somos minoría, se nos garantice la libertad, así como nosotros la favorecemos para quienes no son cristianos allí donde ellos son minorías. El Papa reconoce este derecho a la libertad religiosa como imprescindible para alcanzar la fraternidad universal que defiende esta Encíclica. Entre las religiones es posible un camino de paz. El punto de partida debe ser la mirada de Dios. El amor de Dios es el mismo para cada persona, sea de la religión que sea. Es un mensaje esencial del Papa Francisco ante la situación del mundo.
También el Papa llama a los creyentes a encontrar espacios para conversar y actuar juntos por el bien común y la promoción de los más pobres. Nos recuerda la esencia del culto a Dios, un culto sincero y humilde, dice el Papa, que no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos. El Papa expresa lo execrable del terrorismo, pero avisa del peligro de la venta de armas por intereses económicos que podrían alimentarlos. Analizar las causas geopolíticas del terrorismo, sin renunciar a su condena absoluta por el sufrimiento y la injusticia que genera, es importante para comprender las razones profundas que nos alejan de la fraternidad universal. El Papa Francisco, al final del capítulo con que finaliza la Carta Encíclica, evoca el encuentro fraterno con el Gran Imán Ahmad Al-Tay-yeb donde declararon de forma conjunta que las religiones no incitan nunca a la guerra y retoma, en un texto que conviene leer y figura en la Encíclica, el llamamiento de paz, justicia y fraternidad que hicieron juntos.
Quizás es adecuado finalizar este recorrido que hemos hecho a lo largo de estas catorce semanas sobre el texto de la Encíclica Fratelli Tutti, con algún texto extraído de la declaración conjunta citada, recomendando su lectura completa:
“En el nombre de Dios que ha creado todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos entre ellos, para poblar la Tierra y difundir en ella los valores del bien, la caridad y la paz, …, asumimos la cultura del diálogo como camino; la colaboración común como conducta; el conocimiento recíproco como método y criterio”.