Estamos en 2016, un año de esperanza. Acabó el año 2015 con la inauguración del Año de la Misericordia por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro. Es bueno, fundamental, que la esperanza sea la luz que nos acompañe al inicio de cualquier nueva singladura, tomando el sentido marinero del término pero extendido en el tiempo. Al inicio de 2015 también invitamos a la esperanza, pero este año que acabó nos ha traído alegrías y también frustraciones. Algunas de nuestras esenciales utopías se han visto de nuevo truncadas, pero queda la esperanza, siempre la esperanza, que sostiene a la utopía, como dice Claudio Magris.
Muchos seres humanos han pasado mucho miedo en 2015; también muchos han muerto, incluido niños. Ataques terroristas, bombardeos, refugiados, migrantes ambientales, seres humanos en situaciones extremas por sequías, inundaciones, tornados y huracanes, desigualdad creciente, corrupción que nos empobrece a todos, pobreza energética, miseria infantil, por citar algunas cuestiones que han llenado las páginas de los periódicos en 2015.
La Cumbre del Clima, una gran esperanza convertida en una tomadura de pelo ambiental para la Tierra y los seres humanos más desfavorecidos. Y las guerras, los cuatro jinetes del Apocalipsis campeando a sus anchas en un mundo de conflictos generalizados, pensemos en Siria y Gaza. Dos realidades distintas, evitables, y sin salida hoy.
Pero nos queda la Esperanza, y ahora la escribo con mayúsculas. La Utopía, también escrita con mayúsculas, cambiar a mejor, y la Esperanza de conseguirlo, en un año que se inicia con la Misericordia como horizonte. Como dice el Papa Francisco, un poco de Misericordia hace al mundo menos frío y más justo.