Las Sagradas Escrituras nos ilustran sobre la importancia de la virtud: Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Flp 4, 8). El concepto de virtud tiene dos acepciones importantes. Primera, la capacidad que tiene una cosa de producir un determinado efecto positivo, podríamos aplicarla a una planta o a un libro. Segunda, disposición habitual para hacer el bien. Nos vamos a quedar esta última.
Don Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla, impartió un excepcional discurso de entrada en la Real Academia de Medicina de Andalucía. En él, bajo el título “Jesús y los enfermos”, debatió sobre la humanidad y el saber hacer con los que están mal, física o psíquicamente por parte de Jesús de Nazaret. El Hijo de Dios hacía el bien y encarnaba la Virtud con mayúsculas, y nos la dejó como precioso y divino regalo. Nuestro Arzobispo hace el bien y nos muestra el camino de la virtud, con palabras de cercanía en esta Navidad.
Pero hoy quiero hablar de los numerosos héroes y heroínas que de forma anónima hacen el bien cada día y facilitan que la virtud permanezca en nuestra sociedad. Y sobre todo de alguien en concreto. Hay personas que ha superado pruebas terribles, injustas, incomprensibles, y a pesar de sus situaciones de angustia han sido capaces ser y estar dando un claro ejemplo de vida a su familia y sus amigos. Esas personas las encontramos en nuestros momentos grises y con su hacer dan luz, en definitiva amor y esperanza, y también fe. En estas personas, que están en nuestro entorno, se encarnan las virtudes teologales cada día.
Manifestaba Joan Manuel Serrat en la canción “Decir amigo”: Dios y mi canto saben a quién nombro tanto. En este tiempo de Adviento, donde renace la esperanza, Dios y mis palabras, insuficientes, saben también a quién nombro tanto.
Gracias Virtudes, eres todo un ejemplo de vida, das claridad en momentos de oscuridad.