«Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.»
(Lucas 23, 34)
Jesús mira el interior del hombre, allí donde se encuentra el pozo de agua viva. Él mira cuánta capacidad de amar posee y cuánta de amarse. Y descubre lo que cada uno busca mantener secreto.
Es consciente de la debilidad del hombre,
si le falta el impulso del amor verdadero,
y por ello se hizo hombre para curarnos por dentro.
No los perdona desde un espíritu de superioridad, sino desde la sinceridad más profunda, siente en su alma que no son culpables, no lo son ni ellos ni ninguno, al menos no del todo. Sabe que todos, unos y otros, solo han caído en una marea de maldad que les ha arrastrado al desacierto.
No perdona porque se lo merezcan o por dar ejemplo, perdona por su propia bondad, que siendo tan maravillosa, es solo una brizna de aire fresco.
Esta sociedad vive de la meritocracia, de hacer y hacer y hacer, perdiendo en el camino las enormes bondades de lo que uno es y en qué le convierte ese camino. Hemos de caminar en la verdad, sabiéndonos elegidos, sabiéndonos amados, y sabiéndonos por todo ello inspirados por Dios en Cristo.
No saben lo que hacen pues para saber primero hay que conocer al otro, y ahí anida la gran pobreza de este mundo que descarta a todos y quedándose con poco.
Cristo anuncia con su vida, con su ejemplo y entrega. No seguimos a un buen hombre, ni al primer comunista, ni seguimos a un mesías, seguimos sencillamente a Dios que se hizo hombre y de entre todos los hombres asumió la condición de esclavo para desde ahí elevarnos al cielo, al cielo de los sueños y esperanzas, al cielo de la verdad sin faltas.
No eran más libres esos romanos cuando lo hacían,
simplemente ordenes obedecían,
un claro ejemplo de una sociedad sin criterios propios,
solo modas y en consecuencia pobres en su oprobio.
Los romanos acabaron descubriendo que era quien decía, pero por desgracia, como tantas veces en la vida, solo lo descubrieron cuando ya había muerto. De niño nos dicen que si se tiran de un puente tú no los sigas, de adultos en cambio nos decimos que es peor quedarse mirando mientras otros caminan. El cristiano no solo no se tira a un puente, no se queda mirando como otros se tiran, sino que se pone al frente y con su ejemplo inspira otro camino y otra salvación, por si alguno, aunque sea alguno solo, se da cuenta y le alivias.
Cristo es ejemplo en todas sus cosas, pero en esta es:
paciencia, sabiduría,
y bondad sin medida.
Por Carlos Carrasco Schlatter