Lectura del santo Evangelio según san Mateo (26, 36-42)
Entonces Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y dijo a los discípulos: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a sentir tristeza y angustia. Entonces les dijo: «Mi alma está triste hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz. Pero no se haga como yo quiero, sino como quieres tú». Y volvió a los discípulos y los encontró dormidos. Dijo a Pedro: «¿No habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad para no caer en la tentación, pues el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó por segunda vez y oraba diciendo: «Padre mío, si este cáliz no puede pasar sin que yo lo beba, hágase tu voluntad».
Mi alma está triste hasta la muerte
Comentario
El jueves que sigue a la solemnidad de Pentecostés, el calendario litúrgico marca la fiesta de Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. La Iglesia nos propone el Evangelio de la oración en el huerto de Getsemaní, lugar de la agonía de Jesús por cumplir la voluntad del Padre. Ora con todo el cuerpo, postrado en tierra, pegado al barro del que Dios formó a Adán como relata el Génesis. Ora apartado del ruido de la inminente Pascua en Jerusalén y también de sus propios discípulos a los que invita a unirse a su plegaria. Es lo mismo que hace el sacerdote en cada misa: de hecho, el nombre de presbítero (del griego presbites, originalmente anciano) hace referencia al que dirigía la oración. Cristo dirige nuestra oración al Padre como eterno y sumo sacerdote. No podemos encontrar otro mediador entre Dios y los hombres que quien se hizo hombre como nosotros -a excepción del pecado- para salvación de cada uno de nosotros. Mediante el sacramento del Orden, los presbíteros se configuran con Cristo en el ministerio sacerdotal que hoy celebramos con gozo.