Lectura del santo evangelio según san Marcos (10,13-16):
EN aquel tiempo, le acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos los regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
«Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él».
Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.
Comentario
“Y os abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos”
Jesús se enfadó con sus discípulos porque trataban de impedir que le acercaran a los niños, cuando la gente quería que los bendijera. Son pocos los momentos que presenta el Evangelio a Jesús enfadado: cuando entra en el Templo y encuentra algo parecido a “un centro comercial”, cuando Pedro le increpó diciendo que no le podría pasar ningún mal, cuando se enfrenta con los fariseos y aquí cuando tratan de impedir que le acerquen a unos niños.
Abrazar a los niños es abrazar la fragilidad, acoger la pobreza y la pequeñez. Jesús abraza y bendice lo pequeño, lo que no cuenta, lo que es considerado inferior y débil. Jesús no sigue los criterios de los fuertes, de los poderosos, de los notables de su tiempo. Él se despojó de su rango, se rebajó para nacer asumiendo nuestra débil naturaleza.
Se enfada porque tiene muy claro cuáles son sus preferencias y su enseñanza: que para entrar en el Reino de los cielos hay que ser como un niño y acoger la pequeñez y debilidad. Así que, nosotros, tendremos que enfadarnos, como Jesús, cuando quieran imponernos otros criterios y nos quieran impedir abrazar lo débil y lo pequeño.