Lectura del santo evangelio según San Juan (14,1-6)
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Que no tiemble vuestro corazón; creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas estancias; si no fuera así, ¿os habría dicho que voy a prepararos sitio? Cuando vaya y os prepare sitio, volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estéis también vosotros. Y adonde yo voy, ya sabéis el camino.»
Tomás le dice: «Señor, no sabemos adonde vas, ¿cómo podemos saber el camino?»
Jesús le responde: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre sino por mí.»
Comentario
No perdáis la calma
Jesús se despide de los suyos en la Última Cena. El momento se adivina grave. Judas ha salido para traicionarlo y Pedro se ha puesto gallito antes de que le profetiza las tres negaciones. En esa situación, imaginamos que tensa, Jesús invita a los suyos a no perder la calma. Sí, justo eso es lo más difícil cuando lloramos la muerte de un ser querido, hoy que la Iglesia conmemora a todos los fieles difuntos; y más este año, tan teñido de luto por la pandemia y las difíciles circunstancias -reducidos los velatorios, restringido el duelo, eliminado el contacto físico tan imprescindible en esos momentos tan duros- en que se desarrolla el postrer tránsito de los que fallecen estos meses. Pero Jesús inicia su discurso con esa apelación a la calma. Lo mismo que cuando los apóstoles creían morir a merced de la tempestad y los vientos en la barca sobre el mar de Tiberíades. Calma. Porque Jesús ha abierto el camino, ha inaugurado la escala para llegar al Padre a través únicamente de Él, único mediador entre Dios y los hombres. Es fácil dejarse llevar por la zozobra o la angustia ante un óbito cercano, pero sólo la esperanza en la vida eterna, la confianza en que resucitaremos en cuerpo y alma nos permite mantener la tranquilidad de espíritu, la calma de quien siente que el abrazo amoroso de su Padre nunca le va a faltar.