Viernes de la 2ª semana de Navidad

Lectura del santo evangelio según San Juan (1, 29-34)

Al día siguiente, al ver Juan a Jesús que venía hacia él, exclamó: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este es aquel de quien yo dije: “Tras de mí viene un hombre que está por delante de mí, porque existía antes que yo. Yo no lo conocía, pero he salido a bautizar con agua, para que sea manifestado a Israel”».

Y Juan dio testimonio diciendo: «He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma, y se posó sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me envió a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que bautiza con Espíritu Santo”. Y yo lo he visto y he dado testimonio de que este es el Hijo de Dios».

Comentario

Este es el cordero de Dios

Juan el Bautista señala a Jesús como Cordero de Dios. Con ese título, el Agnus Dei, lo invocamos en el rito de la comunión precisamente cuando el sacerdote está fraccionando el pan de la eucaristía. En época de Juan el Bautista, la expresión Cordero de Dios debía resonar incluso más fuerte que ahora en nuestras misas. Porque su auditorio debía de tener en mente el sacrificio del cordero pascual con el que se conmemoraba la salida de Egipto en tiempos de Moisés, pero también el cordero que cada mañana y cada tarde se sacrificaba en el Templo de Jerusalén, morada de Yahvé, para expiación de los pecados de la humanidad. En efecto, Juan el Bautista está señalando a Cristo como el sacrificio expiatorio por el que va a quedar recompuesta la relación del hombre con Dios que rompió el pecado. Los grandes profetas Jeremías e Isaías hicieron mención a ese sacrificio del cordero que es llevado al matadero sin balar y Juan, conocedor de las Escrituras, tiene presente esos pasajes cuando señala a Jesús como Cordero de Dios. No es mérito de Juan, por supuesto, sino gracia del Espíritu que le ha permitido observar cómo la Fuerza de lo Alto se ha posado sobre Jesús en el momento de bautizarlo. Ya no hay duda: es el que tenía que venir, el último y perfecto sacrificio que la humanidad ha de presentar ante Dios para la remisión de los pecados.  La próxima vez que en misa el oficiante presente la Hostia, piensa en lo que la asamblea reza: que el Cordero de Dios ha borrado tu pecado para siempre y que eso precisamente te da la paz.

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