Lectura del santo evangelio según san Juan (17,1-11a):
En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste. Ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo existiese. He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran, y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra. Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti, porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste, y ellos las han recibido, y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado. Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste, y son tuyos. Sí, todo lo mío es tuyo, y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado. Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo, mientras yo voy a ti.»
Comentario
Te ruego por ellos
Se trata de una aparente contradicción: «No ruego por el mundo, sino por éstos que tú me diste». La vocación de universalidad (católica no es más que eso) de la Iglesia instituida por el mismo Jesucristo parece chocar de plano con esta restricción que impone en su oración impetrando la glorificación al Padre. No parece que haya que limitarse a un grupito (los bautizados, los de países de tradición católica, los laicos asociados, los de mi parroquia, los de mi grupo de oración…) cuando el mandato de hacer discípulos por toda la creación sigue vigente. ¿Entonces? Entonces, imita a Cristo y pide por los que te han dado: tu familia, tus amigos, tus conocidos, tus vecinos, tus compañeros de trabajo o de estudios y evangeliza allí donde te encuentres. Ruegas por ellos, te preocupas por ellos, respondes por ellos.