Lectura del santo Evangelio según san Lucas ( 9, 57-62)
Mientras iban de camino, le dijo uno: «Te seguiré adondequiera que vayas». Jesús le respondió: «Las zorras tienen madrigueras, y los pájaros del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza». A otro le dijo: «Sígueme». Él respondió: «Señor, déjame primero ir a enterrar a mi padre». Le contestó: «Deja que los muertos entierren a sus muertos; tú vete a anunciar el reino de Dios». Otro le dijo: «Te seguiré, Señor. Pero déjame primero despedirme de los de mi casa». Jesús le contestó: «Nadie que pone la mano en el arado y mira hacia atrás vale para el reino de Dios».
Te seguiré adondequiera que vayas
Hay mucho de incondicionalidad en esa declaración del discípulo que se les une camino a Jerusalén. Adondequiera que vayas. No importa dónde vayas, no importa por qué caminos, no importa en qué compañía. Donde quiera que vayas. Jesús quiere hacer conscientes a sus seguidores de las dificultades que entraña su seguimiento, empezando por la ausencia de un techo bajo el que guarecerse. Sus discípulos quedan a la intemperie, castigados por el sol y el frío, la lluvia y el viento sin resguardo en el que sentir el calor del hogar. ¡Cuánta diferencia con muchas de nuestras comunidades estufa donde nos sentimos tan a gusto que nos cuesta despegarnos para salir al mundo a empaparnos de realidad! Las otras dos respuestas a otros tantos candidatos al discipulado ahondan en este seguimiento incondicionado con resonancias bíblicas: el entierro de los difuntos era mandato mosaico y, como tal, debía cumplirse pero el seguimiento de Cristo salta también por encima de tales convenciones; en el último caso, asoma el llamamiento de Eliseo como continuador de la obra profética de Elías. No puede haber duda ni vacilación en la respuesta: la vocación del seguimiento de Cristo es innegociable, o se acepta o se rechaza, no caben medias tintas ni componendas. Tal como hizo el joven Francisco de Asís cuya memoria hoy festejamos.