Lectura del santo Evangelio según san Marcos (6, 53-56)
Terminada la travesía, llegaron a Genesaret y atracaron. Apenas desembarcados, lo reconocieron y se pusieron a recorrer toda la comarca; cuando se enteraba la gente dónde estaba Jesús, le llevaban los enfermos en camillas. En los pueblos, ciudades o aldeas donde llegaba colocaban a los enfermos en la plaza y le rogaban que les dejase tocar al menos la orla de su manto; y los que la tocaban se curaban.
Los que lo tocaban se curaban
La fama de Jesús le precede. Lo esperan los enfermos para que los cure. Los enfermos, de cualquier dolencia, tienen un punto en común cualesquiera que sea el mal que los tiene postrados: experimentan su debilidad humana, los límites de su propia salud, necesitados de curación, de liberación de esos achaques que sufren. Ello explica esa visión que nos describe el evangelista de todos los enfermos en camillas colocados en fila en la plaza pública para que pudieran tocar siquiera la orla del manto. Pero no es sólo la salud material del cuerpo, sino la espiritual del alma la que está necesitada de liberación, de curación por parte de Jesús. Muchos de los retiros espirituales de todo tipo que tienen lugar en nuestras parroquias o los centros de espiritualidad se parecen mucho a esa escena del Evangelio de hoy: enfermos del espíritu tumbados en mitad de la plaza rodeados de hermanos también necesitados de que Jesús pase por sus vidas y los cure. Y quedan curados.