Lectura del santo evangelio según san Juan (8,1-11):
En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.
Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron:
– «Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.
Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.
Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo:
– «El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra».
E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos. Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante.
Jesús se incorporó y le preguntó:
– «Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?».
Ella contestó:
– «Ninguno, Señor».
Jesús dijo:
– «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Comentario
“Te besé antes de matarte”, dice Otelo, en el drama de William Shekaspeare, antes de suicidarse y caer sobre el cuerpo de su amada Desdémona. Un engaño y un error terrible le llevaron a asesinar a quien más quería. Pero no fueron los engaños y las intrigas de los venecianos que creía sus amigos; fue el pecado mortal de considerar que la persona amada le pertenecía. La relación de pareja siempre tiene una relación de entrega, de pertenencia: “yo me entrego a ti, y prometo…”, dicen los novios en la boda cristiana. Pero esa relación de entrega es siempre libre, y el amor verdadero exige siempre el respeto a la intimidad, la libertad y la dignidad de quien queremos.
En toda situación de pecado hay siempre una reducción del otro al estatus de objeto. Cuando atacamos, chismorreamos, condenamos o explotamos al otro, previamente lo hemos desprovisto de su condición de persona, de hijo de Dios, de hermano nuestro. Hemos dejado de pensar en su bien y hemos comenzado a verlo como objeto de nuestras burlas o nuestros intereses. Al inmigrante que se explota, a la mujer que se maltrata, al compañero que se vitupera, al pobre al que se ignora…, a todos los convertimos en “etiquetas”, en “clichés sociales”, en números, a los que no ponemos rostro ni acogemos como intimidad personal. Proceso diabólico en el que también nosotros nos volvemos autómatas que poseen, que disfrutan, que someten. Cuando negamos la dignidad al otro, a nosotros mismos nos tratamos como objetos.
Piensa, piensa: ¿A quién por tu desprecio o por tu egoísmo estás cosificando?, ¿de qué manera estás olvidando tu humanidad?