SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, presbítero, memoria obligatoria (B)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (16, 13-23)

Jesús le respondió: «¡Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos». Y les mandó a los discípulos que no dijesen a nadie que él era el Mesías.

Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡Lejos de ti tal cosa, Señor! Eso no puede pasarte». Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Aléjate de mí, Satanás. Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios».

Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos

Simón Pedro pasa en un mismo párrafo de ser distinguido como ‘primus inter pares’ a recibir el baldón de satanás. ¿Qué ha cambiado? En la primera parte del Evangelio de hoy (que no se proclama), Jesús se da cuenta de que sus discípulos han comprendido ya su naturaleza divina y elige a Pedro como cabeza de los apóstoles y, posteriormente, de su Iglesia con potestad para atar y desatar y abrir las puertas del cielo. No es mérito alguno de Pedro (ni de ninguno de sus sucesores al frente de la Iglesia, es decir, los papas) sino elección de Jesús. Pero pronto asoma la flaqueza humana su rostro más ingrato: Pedro deja de estar alineado con los planes de Dios, intenta forzar sus propios planes humanos en los que no cabe de ningún modo que Jesús vaya a padecer y a morir. Jesús lo maldice con vehemencia, llamándolo con el nombre del príncipe de este mundo, por cuanto se opone a los planes de Dios y a su providencia amorosa. Es un serio aviso para todos cuantos prestan algún servicio a sus hermanos en la Iglesia: del Papa al último monaguillo, todas las voluntades tienen que estar alineadas con las de Dios; de otro modo, los ministerios (instituidos o generales) se convierten en piedra de tropiezo con la que es imposible edificar la comunidad de los justos.

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