Lectura del santo Evangelio según san Juan (14, 27-31a)
La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es mayor que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe de este mundo; no es que él tenga poder sobre mí, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo.
Mi paz os doy
El sacerdote ofrece la paz del Señor en la eucaristía para que esté con nosotros. Es una paz radicalmente distinta de la que ofrece el mundo y sus tentaciones. La paz mundana es ausencia de conflicto, un estado en el que no hay agresiones manifiestas aunque las tensiones estén a flor de piel. Es una paz engañosa para deleitarse y gozar de los placeres de la vida mundana. Cuántas veces en los noticiarios y los periódicos aparecen noticias del impacto que tendría una guerra a cualquier escala -tenemos bien cercano el precedente desatado por la invasión rusa de Ucrania- para el comercio internacional. Pero la paz del Señor es otra cosa, es don de los bienes del Reino, es sobreabundancia de felicidad en el alma, liberada de la angustia a la que la sometemos de continuo. La paz de Cristo es un remanso para el corazón estragado para que, de esta manera exclusivamente, pueda establecerse la concordia con el corazón del hermano, vibrando en la misma onda.