Lectura del santo Evangelio según san Juan (16, 20-23a)
En verdad, en verdad os digo: vosotros lloraréis y os lamentaréis, mientras el mundo estará alegre; vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría. La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza, porque ha llegado su hora; pero, en cuanto da a luz al niño, ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre. También vosotros ahora sentís tristeza; pero volveré a veros, y se alegrará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestra alegría. Ese día no me preguntaréis nada.
Nadie os quitará vuestra alegría.
El Evangelio de esta jornada, en que el clero español festeja a su patrón San Juan de Ávila, apóstol de Andalucía, incide en la idea que expresaba el de ayer jueves. Jesús hace más asequible a sus apóstoles la imagen de la espera con el símil de la mujer embarazada: no sólo se alegra por haber acabado con la pesadez y las limitaciones que le imponía su estado de gravidez sino por la nueva vida que ha alumbrado. Todos los que hayan participado en la organización y preparativos de algún retiro de evangelización encontrarán especialmente afortunada la parábola, porque esas vidas nuevas de cristianos alejados o tibios pertrechan la alegría de haber concluido los trabajos preparatorios y sus muchos afanes. No hay nadie que les pueda entonces arrebatar la alegría del deber cumplido, de haber hecho lo que se les ha pedido como siervos inútiles. Cuánto más no nos alegraremos cuando, cumplida la misión particular en esta vida terrena, seamos llamados a presencia del Padre y presentemos el fruto de nuestras buenas obras agradables a Dios. Esa es la alegría definitiva que hay que aguardar. Y esa es la que tiene que guardar la esperanza en el fin de los tiempos.