Lectura del santo Evangelio según san Marcos (16, 24-28)
Entonces dijo a los discípulos: «El que quiera venir en pos de mí que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la encontrará. ¿Pues de qué le servirá a un hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá, con la gloria de su Padre, entre sus ángeles, y entonces pagará a cada uno según su conducta. En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar al Hijo del hombre en su reino.
¿Qué podrá dar un hombre para recobrar su alma?
La pregunta es clara y coincide con las lecturas del Evangelio propuestas para los días anteriores. Jesús está hablando a sus discípulos de la vida eterna y del juicio del fin de los tiempos, cuando cada uno de ellos -y de nosotros- se presente ante el Padre con sus obras por delante, para que hablen por nosotros. Y entonces puede suceder que el caballero victorioso o la ejecutiva de máximo nivel de la multinacional no tengan nada que presentar: acumularon éxitos en el campo de batalla o en los negocios, fueron aclamados por la multitud o la junta general de accionistas, pero se condujeron guiados exclusivamente por satisfacer las apetencias mundanas. El escándalo de la cruz es tal que así: entra en absoluta contradicción con lo que dicta el mundo y sus afanes. ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde el alma? La frase ocupa un lugar especial en la vida de San Francisco Javier, campeón de la evangelización de Oriente y patrón de las misiones, al que Ignacio de Loyola convenció de variar el rumbo previsto de su vida considerando exclusivamente qué iba a ganar haciéndose escribano como había previsto y qué iba a perder.