Miércoles de la 5ª semana de Pascua (A)

Lectura del santo evangelio según San Juan (15, 1-8)

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto. Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden. Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará. Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Comentario

Yo soy la verdadera vid

La imagen de la vid y los sarmientos despierta en nosotros memoria de nuestros campos: agraces por estas fechas, vendimiadas en septiembre. Pero encierra una verdad teológica inherente, una forma de vivir que intuimos en la relación que existe entre el sarmiento y la cepa. El sarmiento no está ante la vid, sino que está en la vid. Así nosotros, si queremos llevar a cumplimiento lo que significa ser cristiano: no estamos ante Cristo, sino en Cristo. Insertados, recorridos por la misma savia que es su sangre eucarística para dar fruto. Jesús es la vida y participamos de esa vida en la medida que estamos en él. Nuestra vida autónoma -el sarmiento que se seca- se consume en el fuego, en la esterilidad de la muerte. Nuestra vida en Cristo es la que da fruto, la que salta a la vida eterna y se plenifica para gloria de Dios, principio y fundamento para el que existe la criatura.

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