Lectura del santo Evangelio según san Juan (3, 13-17)
Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
Tiene que ser elevado el Hijo del hombre
En la fiesta de la Exaltación de la Cruz, la liturgia nos propone esta perícopa del cuarto evangelista en la que se presenta a Jesús como modelo para la salvación definitiva. En el Hijo del hombre, como se le define, está la fuente de vida como la imagen de la serpiente de bronce alzada por Moisés en el desierto estuvo para los israelitas en su éxodo cuando eran atacados por áspides. Ese paralelismo con la cita del libro de los Números hace concitar nuestra atención sobre el instrumento de martirio, la cruz que hoy festejamos. El gesto de Jesús, el modelo definitivo que se propone a los hombres puesto que él mismo ha bajado del cielo, supera la Ley mosaica, que era la fuente de vida para los judíos. Ahora hay una fuente superior y una vida también superior, todo por obra amorosa del Padre que ha enviado a su propio Hijo a redimir a la humanidad. No hay juicio ni condenación, sólo un designio amoroso de Dios para que cada hombre se salve y tenga vida eterna. Cada hombre: tú, por supuesto.