Lectura del santo evangelio según san Lucas (3,10-18):
En aquel tiempo, la gente preguntaba a Juan:
«¿Entonces, qué debemos hacer?»
Él contestaba:
«El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Vinieron también a bautizarse unos publicanos y le preguntaron:
«Maestro, ¿qué debemos hacemos nosotros?»
Él les contestó:
«No exijáis más de lo establecido».
Unos soldados igualmente le preguntaban:
«Y nosotros, ¿qué debemos hacer nosotros?»
Él les contestó:
«No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
Como el pueblo estaba expectante, y todos se preguntaban en su interior sobre Juan si no sería el Mesías, Juan les respondió dirigiéndose a todos:
«Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego; en su mano tiene el bieldo para aventar su parva, reunir su trigo en el granero y quemar la paja en una hoguera que no se apaga».
Con estas y otras muchas exhortaciones, anunciaba al pueblo el Evangelio.
Comentario
– Ven Marcos. Siéntate un momento que quiero hablar contigo.
– ¿He hecho algo malo Maestro? Si es por la pelea con el hijo de Matías, la culpa la tuvo él; siempre está molestándome con tonterías de niño.
– No te preocupes, yo ya sé que tú tienes 13 años y que vas haciéndote mayor. Por eso quiero preguntarte algunas cosas y saber qué piensas. Hace unos meses te conocí en el Jordán, con tu tío y otros de Cafarnaúm, estabais allí escuchando al profeta Juan. ¿Qué te pareció entonces Juan el Bautista?
– Cuando lo escuchaba me dejaba encandilado, aunque con un poco de miedo; sobre todo cuando decía cosas que yo no comprendía sobre el fuego que vendrá y acabará con todo. Su valentía para denunciar las injusticias de los romanos y los ricachones de los saduceos me ponía los pelos de punta. Pero no me asustaba; más bien me emocionaba. Miraba el rostro de mi padre y de los otros, asintiendo con la cabeza, casi sin pestañear, escuchando aquella voz de trueno… me emocionaba.
– Y de mí, ¿qué piensas?
– Tú eres distinto, Jesús. A ti te gusta jugar con los niños y tratas a todos con respeto y suavidad. Cuando hay que decir verdades, las dices; pero siempre mirando a los ojos y sin gritar. Me encanta cómo explicas las Escrituras, y cuando curas a un enfermo me dan ganas de bailar y cantar. Cuando me abrazas me siento como con mi padre y tus parábolas me dejan siempre cavilando, y… Cuando sea grande yo quiero ser como tú.