Lectura del santo Evangelio según Marcos (8, 34 — 9, 1)
Y llamando a la gente y a sus discípulos les dijo: «El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero y perder su alma? ¿O qué podrá dar uno para recobrarla? Quien se avergüence de mí y de mis palabras en esta generación adúltera y pecadora, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga con la gloria de su Padre entre sus santos ángeles».
Y añadió: «En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no morirán sin haber visto llegar el reino de Dios en toda su potencia».
El que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará
Jesús quiere instruir a los suyos después del encontronazo con Pedro. Y lo hace para que no quepan dudas. A simple vista, resulta un dicho muy contradictorio en el que se contraponen la vida y la muerte en una forma que no encontramos en ninguna otra parte de la literatura rabínica comentando el Antiguo Testamento. Tal es la revolución teológica que trae el Señor: lo pone todo patas arriba y lo que es vida se convierte en muerte y lo que es muerte se convierte en vida. De ahora en adelante, sus discípulos ya saben a qué atenerse. O mejor dicho, a qué se atiene Dios porque sus caminos son diferentes a los tuyos; sus tiempos son distintos de los tuyos; su voluntad es opuesta a la tuya. Ahora, queda tu elección: ¿esta vida o la eterna?, ¿muerte a uno mismo o morir para siempre?