Sábado de la 15ª semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según Mateo (12, 14-21)

Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: «Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él he puesto mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones».

Comentario

«Mirad a mi siervo»

Miraremos, fijémonos bien, aparentemente un fracasado. Callado, silencioso, sin romper la caña cascada, sin apagar la mecha vacilante, recibiendo golpes por todas partes, hecho un deshecho, herido, pero sus heridas nos curaron.

Sobre Él puso Dios su Espíritu y muchos se escandalizaron de Él, tramaron contra su vida, procuraron zancadillas y trampas para poder acusar de hereje, de blasfemo. Él no hizo otra cosa sino anunciar el Reino de los cielos, enseñando a vivir como hijos de Dios y como hermanos, realizando signos que evidenciaban y hacían realidad su enseñanza.

Con fidelidad hasta el extremo provocó la mayor revolución de la historia, que no es la revolución que provocan los violentos con las armas, ni la revolución impositiva de regímenes autoritarios; ni la revolución económica que acaba haciendo a unos más ricos y a otros más pobres; ni la revolución tecnológica que robotiza al hombre y lo deshumaniza, ni una revolución social que invierte los lugares que cada uno ocupa pero mantiene las diferencias. La suya fue una revolución humilde, sencilla, humanizante: la revolución del amor.

En ésta tenemos que empeñarnos quienes queremos seguir sus pasos y vivir su estilo, sin vociferar ni violentar, sólo viviendo con coherencia y fielmente nuestra adhesión a su persona y a su mensaje. La revolución del amor, como dijo San Juan Pablo II en Belo Horizonte (Brasil 1980) es la única revolución que no traiciona al hombre.

Miremos, pues, al Siervo de Dios, y pidámosle fe para vivir, comprometidamente con Él, la revolución del amor.

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