Miércoles de la XV semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo ( 11, 25-27)

En aquel momento tomó la palabra Jesús y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Has escondido estas cosas a los sabios y se las has revelado a los pequeños.

El hombre que confía en sí mimo, llega a creer que todo lo ha conseguido gracias a su sabiduría o su fuerza. No deja sitio alguno para Dios, no hay resquicio por el que pueda entrar esa comunión de amor perfecta establecida entre el Padre y el Hijo a la que nombramos como Espíritu Santo. Jesús invita a confiar en Dios, a prescindir de las seguridades que establecen los escalafones en la mentalidad humana y a dejarse llevar por la Providencia. En este sentido, el seguimiento de Cristo se revela revolucionario porque no pasa por las aduanas que los hombres construimos alrededor de nosotros mismos, sino que se fija en los que quedan al margen, los pequeños, que es tanto como decir los desgraciados, los descartados, los que no cuentan son los que acogen con mayor entusiasmo la propuesta de Jesús y la entienden cabalmente porque no se dejan llevar por su conocimiento o su sabiduría o su capacidad para descifrar el mensaje de Amor que ha venido a traer a los hombres. Los sabios se quedan al margen porque no hay estudio que haga crecer en el amor, sólo su ejercicio permanente y sostenido al prójimo enseña a amar como el mismo Cristo nos amó.

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