Lectura del santo Evangelio según Mateo (7, 1-5)
No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque seréis juzgados como juzguéis vosotros, y la medida que uséis, la usarán con vosotros. ¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame que te saque la mota del ojo”, teniendo una viga en el tuyo? Hipócrita: sácate primero la viga del ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano.
Comentario
Sácate primero la viga del ojo
Juzgar. No hay acción que nos produzca más placer que esa: situarnos por encima de los demás y establecer un veredicto, de común condenatorio. Porque ni siquiera se trata de un juicio razonado en el que se le dé audiencia al prójimo, sino de un proceso sumarísimo para el que a menudo no nos hace falta más que un vistazo. Y enseguida le cae la reprobación. Como si fuéramos jueces, como si ocupáramos el lugar del único que es juez de vivos y de muertos, señor de señores. Ocupamos un plano que no nos corresponde cuando actuamos con la intransigencia de quien se cree por encima de las debilidades que censura en el hermano. En vez de eso, la corrección fraterna parte de la base de que el pecado nos iguala a todos. La carta a Santiago contiene una bellísima expresión de este afán por condenar que guía nuestros pasos: “El que habla mal de un hermano o el que critica a su hermano está hablando mal de la ley y criticando la ley; y si criticas la ley, ya no eres cumplidor de la ley, sino su juez. Uno solo es legislador y juez: el que puede salvar y destruir. ¿Quién eres tú para juzgar al prójimo?”