Lectura del santo Evangelio según Lucas (8, 16-18)
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
Comentario
Para que los que entren vean la luz
El Evangelio del día encadena tres breves exhortaciones -casi a modo de jaculatoria- a los discípulos. La primera, que la fe recibida tiene que exponerse a los demás y no reservarla para uno mismo como el avaro amasa su tesoro sin compartirlo. La segunda, que todos tienen derecho a la Palabra predicada y no sólo un grupito de escogidos o de iniciados, lo que conecta la advertencia del evangelista con los comienzos del gnosticismo en los primeros años del cristianismo. Por último, la tercera advertencia tiene que ver con la forma en que permitimos que la Palabra ilumine nuestra vida antes de alumbrar a los demás. Cómo la acoge el discípulo es la clave de cómo la va a transmitir el misionero. Por tanto, la transmisión de la Palabra, de la fe en general, del amor inagotable de Dios por cada uno de nosotros depende de cómo la hayamos recibido: si con espíritu alerta y corazón vivo o como agua que corre sin más. Afianzar la propia fe antes de exponerla en el candelero de la predicación es requisito que se hace indispensable.