Lectura del santo evangelio según san Juan (14,27-31a):
EN aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«La paz os dejo, mi paz os doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no turbe vuestro corazón ni se acobarde. Me habéis oído decir: “Me voy y vuelvo a vuestro lado”. Si me amarais, os alegraríais de que vaya al Padre, porque el Padre es más que yo. Os lo he dicho ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis.
Ya no hablaré mucho con vosotros, pues se acerca el príncipe del mundo; no es que él tenga poder sobre mi, pero es necesario que el mundo comprenda que yo amo al Padre, y que, como el Padre me ha ordenado, así actúo yo».
Comentario
Mi paz os doy
Para los judíos -todavía hoy, como se vio en el pasado Festival de Eurovisión- la palabra «paz» (shalom en hebreo) es el saludo inicial de cualquier conversación. Es lógico pues que cada vez que Jesucristo se presenta a sus discípulos o a cualquier grupo de personas congregado inicie su salutación de igual modo. «Paz a vosotros». Nos deja la paz, nos da la paz. Pero enseguida deshace cualquier malentendido que pudiera causar esta palabra: no tiene el significado que de ordinario le concedemos. Ni, por supuesto, la frase hecha -similar en eso a nuestro adiós (a Dios)- con que comenzaban las conversaciones de la época. La de Jesús es otra paz, porque no es de boquilla ni incoherente entre lo que dicen los labios y lo que dicta el corazón. La paz del Señor se construye por dentro, por muy agitado que esté el espíritu, por muy dolorosa que sea la separación física que les va descubriendo a los apóstoles. Esa paz no pertenece al mundo, sino que viene de Dios. Y como tal hay que agradecerla.