Él se levantó y lo siguió. Y, estando en la mesa en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaron con Jesús y sus discípulos. Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos: «¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?»
Jesús lo oyó y dijo: «No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa «misericordia quiero y no sacrificios»: que no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores.»
Un cobrador de impuestos siempre aparece como alguien desagradable, al menos por lo indeseable de su función, máxime en aquel tiempo y en aquel lugar donde cobraban los impuestos para Roma. Los cobradores de impuestos eran colaboradores con el Imperio romano, despreciables para el pueblo fiel que tiene un fuerte orgullo patrio. Eran mal mirados porque siempre parte de los impuestos quedaba en sus bolsillos, aunque algunos los mirarían con cierta envidia, deseosos de llenar sus bolsillos.
Jesús pasa y mira, pero la mirada de Jesús es distinta, ni con odio ni con envidia, Jesús mira con misericordia, una mirada limpia, acogedora, una mirada que no desprecia sino que invita. Jesús lo llama: «sígueme». Y sólo una palabra será suficiente para que Mateo se levante y salga de detrás del mostrador de los impuestos. Una mirada y una palabra lo rescatan
Decía el Papa Francisco que la oración más sencilla, pero difícil es dejarse mirar por el Señor. Tal vez en esta sociedad llena de miradas cargadas de indiferencia, de rencores, de muchos y variados intereses; en esta sociedad llena de palabras vacías, insultantes, agresivas, soeces…, lo que más necesitamos es esa mirada de Jesucristo y esa llamada sencilla que invita a salir de «detrás de cualquier mostrador» para caminar con libertad, siguiendo sus huellas.
