Lectura del santo Evangelio según san Marcos (3, 31-35)
Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple a voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».
El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre
El salmo 23 pregunta quién puede subir al monte del Señor, quién puede estar en el recinto sacro, que es tanto como decir que tiene intimidad con Dios. Y el salmista se responde: el hombre de manos inocentes y puro corazón que no confía en los ídolos ni jura con engaño. A la luz de este salmo se entiende mejor la respuesta que Jesús le da a quienes vienen a buscarlo para reconducirlo a su familia de sangre: la parentela extendida que entre los israelitas se llamaban hermanos y su madre, a la que ni siquiera se menciona por su nombre. La pureza de corazón y las manos inocentes tienen que ver con la ejecución de la voluntad de Dios sin anteponer los caprichos o las intenciones personales. Esos son los verdaderos hermanos de Cristo, no los que reclaman para sí un marchamo de familiar, quienes se lo quieren apropiar y limitar a la familiaridad de sangre. No, Jesús viene a abolir esa manera de pensar restrictiva, para abrirse una nueva fraternidad de los hijos de Dios que ponen por obra su voluntad. Así se ve mucho menos desdeñosa la respuesta que ofrece a quienes vienen en su busca.