Lectura del santo Evangelio según Lucas (9, 22-25)
Decía: «El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser desechado por los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar al tercer día».
Entonces decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?»
El que pierda su vida por mi causa la salvará
Ayer, miércoles de ceniza, la liturgia nos proponía una invitación a la conversión. Y hoy, jueves después de ceniza, nos pone por delante el recordatorio de la entrega total. Para que nadie se llame a engaño, no vaya a ser que alguno diga que no estaba avisado. Qué va. El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, ser ejecutado y resucitar al tercer día. Es el anuncio pascual que con su luz ilumina todos los misterios de la pasión y crucifixión de Nuestro Señor. Y, a renglón seguido, la cruz. Propuesta a todos los discípulos de Cristo como instrumento de mortificación de los propios deseos para acomodar la existencia a la voluntad de Dios, cuyo plan de salvación es perfecto aunque nosotros no lo entendamos. La primera lectura, tomada del Deuteronomio, ayuda a entender la elección que tiene ante sí todo aquel que se proclama seguidor de Cristo: puede elegir bien o mal, puede escoger entre vida o muerte, sólo que el Señor ha invertido los términos en la existencia terrenal y en la vida eterna del alma que nos tiene prometida. Tú eliges qué prefieres, pero no digas que no estás avisado.