Viernes de la XX semana del Tiempo Ordinario (B)

Lectura del santo Evangelio según san Mateo (22, 34-40)

Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se reunieron en un lugar y uno de ellos, un doctor de la ley le preguntó para ponerlo a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la ley?». Él le dijo: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente». Este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante a él: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo». En estos dos mandamientos se sostienen toda la Ley y los Profetas.

Amarás al Señor tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo.

La pregunta de los fariseos viene a ser lo que se llama una ‘bala de plata’, un argumento irrevocable que tumba al adversario en la disputa dialéctica. Jesús ha salido airoso de las porfías que le han planteado los saduceos, la casta sacerdotal adinerada, en los anteriores capítulos del evangelista Mateo a propósito del tributo al César y la resurrección de los muertos. Por eso los fariseos se conjuran para encontrar una cuestión que le haga tropezar: cuál es el primero de los 613 preceptos de la Torá (365 prohibiciones y 248 mandamientos propiamente dichos). Tiene su lógica puesto que ellos eran muy observantes de estas prescripciones y saltarse cualquiera de ellas los contrariaba sobremanera. Pero Jesús no entra en la discusión legal; diríamos que no escoge ningún artículo de ese código civil mosaico sino que invoca el principio fundamental del Derecho, como es el amor a Dios y al prójimo como a uno mismo. Ya está. Punto final. No se ha salido del catálogo de figuras jurídicas que los fariseos estimaban por encima de todo pero les ha situado el listón allí donde no llega el formulismo legal sino un corazón contrito y humillado: ese que el Señor nunca rechaza.

 

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