Lectura del santo Evangelio según san Lucas ( 8, 16-18)
«Nadie que ha encendido una lámpara, la tapa con una vasija o la mete debajo de la cama, sino que la pone en el candelero para que los que entren vean la luz. Pues nada hay oculto que no llegue a descubrirse ni nada secreto que no llegue a saberse y hacerse público. Mirad, pues, cómo oís, pues al que tiene se le dará y al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener».
La lámpara se pone en el candelero para que los que entren vean la luz
La invitación de Jesús a sus discípulos a que sean luz del mundo es de una actualidad apabullante. Primero, porque es él la luz de los pueblos y los cristianos participan de esa cualidad cuando reflejan la luminosidad de Cristo. Desde ahí ha de entenderse esa invitación a iluminar el momento presente con el brillo de la esperanza. En un tiempo oscuro y plomizo, la fe cristiana ilumina la vida con la luz de la esperanza, que conviene colocar en la entrada para que los de fuera puedan ver cuando entren. La luz no es nada en sí, sino la condición indispensable para poder ver lo que hay alrededor. Y Jesús exhorta a sus seguidores a que sean luz para iluminar la realidad -opaca y llena de claroscuros- con la luz esplendente de la esperanza en la vida eterna. Las velas encendidas sobre el altar cada vez que se celebra la misa nos recuerdan precisamente que Jesús, cabeza de la Iglesia, es luz del mundo y nosotros, su cuerpo místico, estamos obligados a reflejarla para bien de los que viven en tinieblas.