Lectura del santo Evangelio según Lucas (15, 3-7)
Jesús les dijo esta parábola: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto y va tras la descarriada, hasta que la encuentra? Y, cuando la encuentra, se la carga sobre los hombros, muy contento; y, al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos, y les dice: “¡Alegraos conmigo!, he encontrado la oveja que se me había perdido”. Os digo que así también habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
Comentario
Habrá más alegría por un solo pecador que se convierta
La alegría en el cielo es mayor por uno solo que por cien. Esto no encaja en nuestra manera de contar, eso subvierte nuestros miopes cálculos. Pero es que el amor misericordioso del Padre es así: infinito, sobreabundante, exagerado, desmedido… Sólo quien lo ha experimentado en carne propia puede atestiguarlo. No importa si eres de las noventa y nueve ovejas que se quedan en el desierto como si eres la descarriada que se deja encontrar por el buen pastor hasta que la carga sobre los hombros y la devuelve al redil. Pero, probablemente, quien ha sido rescatado del pecado -entiéndase, de un pecado particularmente grave o insidioso- sabrá explicar con mejor tino la alegría que da volver a casa, sentir la caricia de Dios en el sacramento de la confesión, verse cargado amorosamente sobre los hombros de Jesús. Quien ha experimentado una conversión en toda regla sabe del corazón entusiasmado, de la felicidad de sentirse amado como si nada hubiera pasado porque el Redentor ha pagado su culpa. Quien ha pasado por eso y ha vivido eso ha experimentado la misericordia del Sagrado Corazón de Jesús. No es una devoción particular sin más, sino la experiencia individual de sentirse insertado en ese corazón donde está todo el amor de Dios por sus criaturas concentrado.