Lectura del santo Evangelio según Juan (10, 1-10)
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ese es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
Comentario
Yo soy la puerta de las ovejas
Jesús, el Buen Pastor como ayer proclamaba el Evangelio del domingo, se presenta aquí también como puerta del aprisco, medio eficaz para entrar. Pero, ¿dónde hay que entrar? El redil es el corazón del buen Padre y Jesús es el único intermediario para encontrar refugio en él. Jesús se ha hecho hombre para abrir esa puerta a sus ovejas. Quizá el término nos desagrade, chirríe con nuestra mentalidad individualista y nuestra idea de que somos en todo diferentes a los demás. Sólo en los últimos meses, de tanto hablar de inmunidad de rebaño para frenar la propagación del coronavirus, se ha invertido algo la mala fama que tiene la majada. No queremos ser ovejas, que nos parece un animal sin heroísmo, que se deja conducir manso. ¿No es eso acaso lo que Jesús predica en el Sermón de la Montaña: la mansedumbre? Ovejita recogida en el aprisco del corazón amoroso del Creador, ¡eso eres! Que otros sean los fieras que van por la vida comiéndose el mundo a dentelladas, allá ellos… La verdadera inmunidad de rebaño es sentir que a través de Jesús entramos en el regazo cálido de Dios.