Lectura del santo Evangelio según san Mateo (28, 16-20)
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».
Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Comentario
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En el nombre del manantial, del peregrino y de la vivacidad.
En el nombre de la compasión, del humanitarismo y de la unificación.
En el nombre del que sale al encuentro, del que acoge entrañablemente, de la celebración incesante.
En el nombre de la existencia sin fin, de la solidaridad sin fin y de la comunión sin fin.
En el nombre de la presencia silenciosa, la presencia que enseña y de la presencia que susurra sabiduría.
En el nombre de quien siempre incluye, de quien siempre se acerca al diferente y del que ama la diversidad.
En el nombre de la libertad, la alegría y el juego.
En el nombre de la bondad, de la certeza y del encanto.
En el nombre de la inventiva, de la clarividencia y de la genialidad.
En el nombre del cimiento, de la lucidez y de la espera contra toda desesperanza.
En el nombre del que siempre cuida, del que siempre ama y del que siempre vitaliza.
En el nombre de la divinidad fascinante, de lo más humano de lo humano y del que siempre enamora.
En el nombre de lo uno, de lo tangible y de la multiplicidad.
En el nombre lo realmente existente, de lo realmente humano y del devenir de lo que realmente importa.
En el nombre del agua, de la tierra y del viento.
En el nombre de la maternidad, de la bendición y de los vínculos gratificantes.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
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