Lectura del santo evangelio según San Lucas (21, 12-19)
«Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré boca y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Comentario
Ni un cabello perecerá
Continúa la exhortación de Jesús a sus discípulos que veíamos ayer con esta segunda parte en la que la esperanza sobrenatural lo pinta todo de manera mucho menos sombría de lo que se nos figuraba en la lectura de ayer. En efecto, la esperanza es la que vence al dolor, a la destrucción y hasta al martirio. Jesús alienta esa esperanza de modo directo al dar a entender que en el momento de los estertores, el Espíritu Santo nos sostendrá. Las primitivas comunidades cristianas sabían lo que les costaba ir a contracorriente y no hacer ofrendas a las divinidades oficiales del Imperio. Nuestras comunidades actuales también van intuyendo algo de lo que supone de sacrificio -el martirio real y no figurado, no hace mucho que también se dio en nuestro país- de confesarse seguidor de Cristo y negarse a ofrendar a los ídolos contemporáneos. Pero unos y otros, en el primer siglo de nuestra era o en el XXI en que vivimos, sabemos que es el Espíritu Santo que se nos ha dado el que alienta nuestra espera. Y que Dios padre, lleno de misericordia, no va a permitir que muera ni uno solo de nuestros cabellos. Esa esperanza en la vida futura como recitamos en el Credo es la clave del arco de nuestra fe, como decía San Pablo. Sin esa confianza en la vida eterna, el seguimiento de Cristo no pasa de ser un activismo humanista por el que no merece la pena dar testimonio. Así de tajante.