Martes de la 1ª semana de Adviento (A)

Lectura del santo Evangelio según Lucas (10, 21-24)

En aquella hora, se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la
tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí,
Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce quién es el
Hijo sino el Padre; ni quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis!
Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, y no lo vieron; y oír lo que
vosotros oís, y no lo oyeron».

Comentario

Las has revelado a los  pequeños

Jesús, lleno de alegría en el Espíritu Santo, da gracias a Dios. Agradece que los pequeños (los sencillos, los humildes, los descartados, diríamos con lenguaje contemporáneo) hayan acogido la predicación de los 72 enviados: el reino de Dios va prendiendo, primero como una llamita vacilante, al albur de cualquier bocanada que la extinga, pero luego  se vuelve robusta y no hay viento que no la avive cada vez más. Los apóstoles son bienaventurados porque lo ven en directo. Tú también lo eres. Tú también lo has visto, no te lo han contado: tienes tu propia historia de salvación personal, tu itinerario de fe en el que te has ido haciendo como un niño para entender lo que la Palabra tenía reservado para ti, tu propia experiencia acompañando a personas que alejadas o indiferentes, de repente, se han convertido. Has visto cómo Dios ha obrado en ellas, no es un relato de hace dos mil años, está ante tus ojos y lo has visto, nadie te lo ha contado. Bienaventurado eres porque has visto y oído lo que muchos quisieron ver y oír. Lo que muchos más querrían ver y oír. ¿No vas a estar agradecido por ello?

 

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