Miércoles de la 34ª semana del Tiempo Ordinario (A)

Lectura del santo Evangelio según san Lucas (21, 12-19)

Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio. Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré boca y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.

Todos os odiarán a causa de mi nombre, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá

Comentario

El discurso escatológico sobre el final de los tiempos incide en un plano subjetivo, personal, ajeno a los cataclismos que comentábamos ayer. Antes que eso suceda, tendrá lugar la persecución de los cristianos. En realidad, esa persecución empezó a la par que se desarrollaba el seguimiento de Cristo y no ha cesado. El martirio, el testimonio de fidelidad, ha estado presente desde las primeras comunidades y ha conocido episodios cruentos (como los veinte beatos de la Iglesia sevillana elevados a los altares el pasado 18 de noviembre) y otros que no lo han sido tanto simplemente porque no se ha derramado sangre cristiana. Pero todos los tiempos exigen la misma prueba: la plena confianza en la acción de Dios y en su dominio del tiempo. El seguidor de Cristo basa su defensa en lo que le inspire el Espíritu Santo, no en sus capacidades y sus habilidades: es la confianza en Dios la que salva, nunca las fuerzas humanas. Convendría tenerlo bien presente en tiempos de turbación como los actuales. Son una prueba de fidelidad. 

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