En la oscuridad de los terribles acontecimientos vividos, en el silencio del miedo que los mantiene encerrados en la casa, estando en la incertidumbre de no saber cómo se van a desarrollar los próximos días, Jesús se presentó en medio del grupo de los apóstoles, Resucitado. Les saluda con la paz y les muestra las señales inequívocas de que se trata del mismo que sufrió y murió en la Cruz.
Ha Resucitado pero en su cuerpo muestra los signos y marcas de la Pasión sufrida.
Estamos celebrando la Pascua, la fiesta del Señor Resucitado, y persisten en nuestro corazón los sentimientos llenos de tristeza y dolor por cuanto estamos padeciendo desde que comenzó la terrible pandemia que aún sufrimos. Con la nostalgia de cuanto perdimos y el anhelo de que todo pase para recuperar la paz, con la incertidumbre de no saber si la realidad volverá a ser igual que antes. Igual ocurre cuando la enfermedad se hace presente en nuestra vida, se mezcla con la esperanza la incertidumbre, la nostalgia y el miedo.
El Señor Resucitado viene hasta nosotros, se hace presente en nuestra vida y nos dice: “Ánimo, soy Yo” y nos muestra los signos de su Pasión, de su dolor, de su Amor por nosotros. Y nos envía, con la fuerza de su Espíritu, a salir de esa oscuridad en la que encierra la enfermedad para compartir experiencias y en el encuentro con el otro, descubrirlo presente.
La pandemia nos ha enfrentado a todos a nuestra vulnerabilidad, “todos estamos en la misma barca” y juntos tenemos que remar en la misma dirección.
Todos sufrimos y tenemos que aprender unos de otros y unos con otros, por eso “cuidémonos mutuamente” como reza el lema de la Campaña del Enfermo de este año.
Cristo Resucitado nos muestra sus llagas y nos anima para que, como hermanos, caminemos cuidándonos mutuamente. Al cuidar y sentirnos cuidados podremos experimentar la alegría del amor que sana y salva, podremos sentir, aún en nuestras heridas, la presencia de Jesús en nuestras vidas.
Por Manuel Sánchez de Heredia, delegado diocesano de Pastoral de la Salud.