El amor de Dios es maravilloso, como dice la canción. Sin embargo, ese amor no lo experimentas con toda la intensidad que tiene. Porque, realmente, no te lo crees o existen realidades que te interesan más; porque hay trabas y obstáculos en tu vida que impiden a ese amor hacerse patente dentro de ti; porque nunca te lo han presentado de una forma determinante y accesible; porque… como San Pablo dice en general, pero también refiriéndose a ti: «Todos pecaron y están separados de la Gloria de Dios». El pecado es lo que te impide interesarte y abrirte a Dios-Amor como el regalo más maravilloso que puedes experimentar en tu vida y también es el que te hace comportarte de forma incompatible con lo que ese Amor viene a ofrecerte. Es el que te permite percibir con facilidad los males del otro ocultándote o relativizando los tuyos propios. Él te entretiene lejos de esa vida plena, ofreciendo llenarte con realidades legítimas o ilegítimas, razonables o disparatadas,… pero que solamente retrasan el encuentro con aquel que puede llenar tu existencia. Por eso, tu vida no es plena, como tampoco la de los que llenan el vacío que la falta del Amor de Dios deja con otras cosas que aunque vengan de Él no son Él. Escribía San Agustín cuando descubrió esto que te escribo: «¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo fuera, y así por de fuera te buscaba… Tú estabas conmigo, mas yo no estaba contigo. Reteníanme lejos de ti aquellas cosas que, si no estuviesen en ti, no existirían». ¿CUÁL ES LA SOLUCIÓN?