Toda nuestra vida es un preguntarse: ¿Quién soy? ¿Qué hago aquí? ¿por qué yo?…La búsqueda de una respuesta a estas preguntas mueve al hombre al éxtasis, a la salida de sí mismo, para encontrar al otro. Y más aún, para verse como protagonista de una enorme y compleja red de relaciones que conforman la humanidad.
No, nuestro mundo no puede ser un conjunto de “islas” independientes entre sí, desencarnadas de la realidad humana que les rodea. Quien pierde el verdadero sentido de la humanidad está abocado al fracaso social, y por tanto a la muerte del individuo. No bastarán palabras bonitas, ni discursos cargados de buenas intenciones: de nada servirá oír hablar de conceptos como globalización, libertad, igualdad, fraternidad, derecho a la propiedad privada,…; de nada, si no prima un concepto que traspasa fronteras: el amor.
El amor llama por esencia a ser compartido: desbordando al individuo, llama a la solidaridad en la búsqueda del bien común, a la lucha por unos derechos universales, al fin de la exclusión social. En definitiva, a ese fruto del Espíritu Santo (cfr. Ga 5,22) que consiste en la búsqueda de lo excelente para los demás, y que traducimos por benevolencia.
Por ello, ¿estás dispuesto a trabajar por el amor? ¿Deseas ser samaritano del hoy llamado a curar a este mundo herido? No hablamos de un cuento de hadas: es posible pensar y actuar por un mundo mejor, pero sólo desde una óptica. Recuérdala. No la olvides.
José Pablo Hoyo Robles
Seminarista de 4º Curso