¿Por qué cantamos villancicos en Navidad?
Para los cristianos Jesús da sentido a toda nuestra vida y por eso intentamos recordar su nacimiento cada Navidad. Él es el héroe de estos días, un niño, y también su familia, José y María. Al nacer en Belén, Dios estableció su morada entre hombres, mujeres y niños, así que todos somos parte de su familia y, por eso, la alegría de la Navidad nos pertenece.
Podemos gozar de esa alegría en cualquier sitio, en cualquier época del año, todos los días. Pero esa alegría es más intensa cuando Dios se acerca, cuando notamos más intensamente su presencia: durante el Adviento y la Navidad.
Dentro de las tradiciones y costumbres navideñas, los villancicos tienen un papel importante, pero ¿cuál es su significado interior? El sentido de los villancicos es el de elevar el espíritu de la Navidad y hablar del nacimiento de Jesús. La verdadera música de Navidad nos acerca más a Dios y hace que tengamos un corazón más elevado.
Los villancicos favorecen la participación en la liturgia de Adviento y de Navidad en el sentido que preparan un ambiente. Estas canciones hacen referencia al tiempo que se vive para disponer los corazones y así participar en las celebraciones litúrgicas con mayor devoción. Cantar villancicos es un modo de demostrar nuestra alegría y gratitud a Jesús.
Sin embargo, pocas son las personas que conocen el origen de estas melodías que, año tras año, llegan a nuestros oídos en tan entrañables fechas y que constituyen una de las manifestaciones más antiguas de la lírica popular castellana.
Al ser cantado por los habitantes de las villas estas composiciones pasaron a conocerse como villancicos, coplas de villanos o coplas de villancico, villancejos o villancetes. Estas canciones aparecen en la segunda mitad del siglo XV, durante el Renacimiento, como una evolución de formas musicales populares mucho más antiguas como el virelai, el zéjel, la ballata o las cantigas paralelísticas.
Las primeras fuentes documentales en las que aparece la palabra villancico son el Cancionero de Stúñiga (ca. 1458) y el Chanssonier d’Herberay (ca. 1463), y posteriormente aparecen composiciones similares en el Cancionero de la Colombina y el Cancionero musical de Palacio. Juan del Encina fue el autor más representativo de este género durante esa época.
A partir de la segunda mitad del siglo XVI, las autoridades eclesiásticas comenzaron a promover este tipo de canción sencilla y pegadiza como una medida evangelizadora y una forma de divulgar el mensaje religioso, así que empezaron a adaptarse numerosas coplas con motivos religiosos, sobre todo durante las fiestas de Navidad y el Corpus Christi.
Estas piezas se cantaban en la misa de mañana de estas festividades. Las catedrales e iglesias importantes se dotaron de un cuerpo de músicos y un maestro de capilla encargado de componer especialmente para estas ocasiones: canciones sencillas, de rima fácil y con letras pegadizas para poder ser memorizadas por cualquier persona.
Este tipo de villancico se popularizó rápidamente durante el siglo XVII cuando constituyó la mayor parte de la producción musical española de la época. Se compusieron multitud de villancicos devocionales para las distintas festividades religiosas tales como la Asunción, la Inmaculada Concepción o festividades de santos, además del Corpus Christi o la Navidad.
Así se convirtieron en canciones interpretadas en las iglesias durante los oficios religiosos y que después eran cantadas por el pueblo en sus reuniones familiares, siendo una manera rápida y eficaz de llevar a muchísimas más personas el mensaje del evangelio.
En el siglo XVIII se produce una transformación del género por la influencia de la música vocal italiana (ópera) que, por entonces, dominaba el panorama musical europeo. Los villancicos alteran su estructura tradicional según el modelo de la ópera italiana, introduciendo muchos elementos teatrales y una composición demasiado complicada.
Los escritos por Antonio Soler, durante la segunda mitad del siglo, son quizá los más recordados en la actualidad. Estas influencias italianizantes provocaron que el villancico fuera definitivamente proscrito de la liturgia a finales de este siglo XVIII, de tal manera que en el siglo XIX los villancicos habían desaparecido de la liturgia siendo sustituidos por los tradicionales responsorios gregorianos.
Sin embargo, la Navidad siguió inspirando este tipo de canción popular llamada villancico, o nadal, panxoliña, navidad, coplas a lo divino, o caramelles, y se continuaron creando pequeñas joyas musicales por toda España: en Extremadura (Ya viene la vieja), Madrid (Campana sobre campana), Murcia (Dime niño), Cataluña (Fum, fum, fum), Castilla y León (En Belén tocan a fuego), Castilla-La Mancha (Hacia Belén va una burra), País Vasco (Ator, ator), Andalucía (Chiquirriquitín), Aragón (Ya vienen los reyes), Galicia (Falade ben baixo) y otras en el resto del territorio.
Todas las culturas occidentales y de inspiración cristiana han creado tonadas, coplas o canciones navideñas. Algunos prefieren llamar villancicos sólo a las coplas españolas de Navidad. Los franceses designan a esas piezas populares navideñas como Nöels, los anglosajones las llaman Christmas Carols, los alemanes las catalogan como Weihnachten Lieder, los portugueses las llaman Cantinela y los italianos Canzonetta di Natale.
Si hablamos de curiosidades, el villancico más antiguo que registra la historia de la música es Iesus Refulsit Omnium, (Jesús, luz de todas las naciones) data del siglo IV, y su letra se le atribuye a san Hilario de Poitiers.
El villancico más conocido, en cambio, es Noche de paz. Su título original es Stille nacht, heilige yach y fue escrito “accidentalmente” por el sacerdote austriaco Joseph Mohr quien, al ver que se había estropeado el órgano de su parroquia de San Nicolás, en la pequeña población de Oberndorf, decidió escribir un canto que pudiera acompañarse con guitarra durante la Misa del Gallo. Fue así como la Navidad de 1818 se cantó por primera vez Noche de Paz, actualmente traducido a 330 idiomas.