El pasado 8 de diciembre el Santo Padre publicó esta carta con motivo del 150º Aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia universal.
José amó a Jesús con corazón de padre, así comienza este precioso mensaje que abre un año dedicado al Santo Patriarca en el que convoca a todos a contemplar la figura de aquel que tuvo “la valentía de asumir la paternidad legal de Jesús”.
En un lenguaje muy asequible, actual y, me atrevería a decir, sanador, el Papa propone la vocación de José y su obediencia de fe como modelo para este año 2021 en que vivimos una de las crisis mundiales más cruciales del último siglo. De hecho, son iluminadoras las palabras que recoge de su Meditación en tiempo de pandemia, del 27 de marzo de 2020: “Nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes -corrientemente olvidadas- que no aparecen en portadas de diarios y revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia”. De ahí que el Papa invite a imitar a José como el hombre de la presencia diaria que pasa desapercibido, como “un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. Afirma el Pontífice que “nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en segunda línea tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación”.
José es el hombre justo, dispuesto a hacer siempre la voluntad del Padre, al que obedece a través de cuatro sueños donde el ángel le revela la misión. Vocación que lleva a cabo con realismo cristiano y valentía creativa, pronunciando su fiat: dando de lado a sus razonamientos para dar paso a lo que acontece, acogiendo la realidad tal como es. Podemos aseverar que José no vive la llamada espiritualidad ojalatera– ¡ojalá hubiera tenido o vivido o alcanzado esto o lo otro! – sino que coge el toro por los cuernos y saca adelante con sacrificio y decisión la realidad que tiene entre manos, sin quejas, con esperanza, fe y buen humor.
Su vida espiritual no muestra una vía que explica, sino que acoge y, desde la docilidad a la fortaleza que le da el Espíritu Santo, hace sitio a esa parte contradictoria, inesperada y decepcionante de la existencia que le permite sacar de sí mismo recursos insospechados que ni siquiera creía tener, pero que la prueba le hace sacar a la luz, para en todo y siempre, cuidar a Jesús y a María, y así enseñarnos a nosotros a salvaguardar, como hizo él, los sacramentos, la caridad y la misma Iglesia.
Acudir a José es convertirnos en milagros para los demás, ya que, como bien escribe Francisco, el cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre. Si damos el cien por cien de nosotros a la hora de buscar soluciones y emprenderlas, podremos descansar esperando del Cielo los frutos. Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. José confiaba, pero ponía de su parte: sabía convertir un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia. Esto es ser un milagro para el mundo: renovar cada día nuestra fidelidad en el riesgo de entregarnos y empeñar nuestra libertad de querer vivir para Dios con la certeza de que Él nos ama incondicionalmente y sabe bien lo que nos hace falta para ser felices.
Podemos pensar, cuando arrecia la contradicción, que Dios se ha olvidado de nosotros. En verdad es todo lo contrario. Ese aparente abandono es porque confía plenamente en nosotros y quiere que saquemos la mejor versión de nosotros mismos, el modo milagro de cada uno.
Estas claves de vida nos aportarán, sobre todo, la suficiente estabilidad, aunque sabemos que la perfecta estabilidad no es de este mundo. Es bueno mirar con fe todo para encontrar la estabilidad dentro del inevitable ajetreo de la vida, enfocando, como José, cada acontecimiento desde los principios de fe y esperanza en que se fundamenta mi vocación, para quitar día a día los nudos de la vida. José nos enseña a ser fiel en lo cambiante, vivir la misión desde la estabilidad interior y no desde las circunstancias. Esto, como se desprende del Mensaje, es una tarea.
José tiene como misión ser padre de Jesús en este mundo, hacerse cargo de su vida y crecimiento para forjar, humanamente hablando, su ser Redentor. No podemos separar en Cristo su ser hombre de su función redentora. Esto se vislumbra en cada apartado de la carta. Paso a paso, José muestra al Hijo de Dios cómo desarrollar su corazón de hombre enseñándole en su misma persona la confianza en los planes de Dios, la ternura y misericordia con la humanidad, a esperar contra toda esperanza, a reconciliar la historia con el Amor salvífico de Dios, a trabajar como cualquier hombre honrado, a ver la frustración en las cosas terrenas como apertura a la acción de Dios, en definitiva, a ser el Mediador que hace a todos los discípulos partícipes de la gloria del Padre con la valentía creadora de un Dios que “puede hacer que las flores broten entre las rocas”.
Pero la llamada más acuciante de esta carta es a ejercer una indispensable paternidad en una sociedad huérfana de referentes y modelos sólidos que muestre al mundo valores y principios firmes, dignos del hombre, con los que construir este nuevo tiempo en que estamos desde que se inició la crisis de la COVID-19. El mundo necesita padres, rechaza a los amos que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío pues toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio para poder ver en cada niño -en cada persona- un misterio, algo inédito que sólo puede ser revelado con la ayuda de un padre que respete su libertad: “Un padre vive plenamente la paternidad cuando se ha hecho “inútil”, cuando ve que el hijo ha logrado ser autónomo, cuando se pone en la situación de José, que siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado”.
Gregorio Sillero Fernández,
Párroco de Ntra. Sra. de Belén (Tomares)