A sus 89 años Clint Eastwood ha filmado, en mi opinión, su mejor película desde “Gran Torino”, nuevamente basada en hechos reales. Sin embargo, el impacto popular de “Richard Jewell”, que así se titula esta última, ha sido bastante inferior al logrado por otras cintas menos relevantes del director. Este hecho puede atribuirse parcialmente a la polémica generada por el Atlantic Journal Constitution, un diario que se ha sentido ofendido porque el filme sugiere un comportamiento digamos ‘poco ético’ por parte de una de sus redactoras. Y ya se sabe que meterse con la prensa siempre resulta peligroso. Claro que también queda ‘retratado’ el FBI, y eso tampoco es un punto a favor en USA.
Pero, polémica aparte, lo que en realidad interesa a Eastwood es rehabilitar la figura de Jewell, el guardia de seguridad que descubrió una mochila con explosivos en un evento asociado a los Juegos Olímpicos de Atlanta 1996. Su profesionalidad y su rapidez de reacción evitaron un número mayor de víctimas, y en los primeros momentos fue considerado un héroe. Sin embargo, pronto surgieron las dudas en el FBI y pasó a ser calificado como el sospechoso número uno: podría ser el típico terrorista solitario, que quiere ganarse una reputación impidiendo un atentado que él mismo preparó.
El héroe, la duda, el villano, la injusticia… Así podría resumirse la serie cronológica y argumental de la película, a la que se añade el epílogo redentor. Con la elegancia y la sencillez que son marcas de la casa, Eastwood dirige un reparto espléndido, en el que brillan un sorprendente Paul Walter Hauser en el papel de Jewell, y los ganadores del Oscar Kathy Bates y Sam Rockwell: un trío (el protagonista, su madre y el abogado) que nos brinda varias escenas memorables.
No es la primera vez que el realizador de San Francisco aborda el tema del ‘inocente injustamente perseguido’. “Ejecución inminente” (1999), “Mystic River” (2003), “El intercambio” (2008) y “Sully” (2016) son claros precedentes. Una filmografía que evidencia el creciente interés de Eastwood por poner el foco en la persona, en su dignidad, en la necesidad de superar los prejuicios y de buscar honestamente la verdad, por encima del ‘pisotón’ periodístico y de la vanidad. Y lo hace a su manera, con la libertad creativa que le caracteriza, sin complejos, poniendo en la mesa sus propias convicciones, gusten o no. Pero siempre con un sentido de la lealtad que deberían admirar hasta quienes le critican.
Juan Jesús de Cózar