Culminando el conjunto de fiestas que coronan el tiempo de Pascua de Resurrección, la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús se presenta en el mes de junio como broche de oro al gran periodo pascual que comienza el Miércoles de Ceniza y que, tras la Cuaresma, Semana Santa y cincuentena de Pascua, se remata y concluye, como compendio de todo lo vivido, contemplando el Corazón de Cristo, Cordero inmolado en la cruz y victorioso de la muerte.
En estas semanas y meses pasados hemos seguido con perseverancia el proceso de conversión cuaresmal, con dolor contemplamos la dolorosa pasión y muerte de Jesús y con alegría desbordante celebramos su triunfo en la Resurrección. Como colofón, las festividades de la Santísima Trinidad y del Corpus Christi nos han presentado aspectos esenciales del mensaje cristiano: el misterio de amor trinitario de donde procede el Hijo amado, y la contemplación de su Cuerpo entregado y de su Sangre derramada como testimonio de su ofrenda absoluta a los hombres. Y, como conclusión última, llenos de amor rendido y admiración, encontramos el refugio de su Sagrado Corazón, resumen y síntesis de todos los grandes misterios vividos este tiempo, y aún de todo cuanto realizó aquí en la tierra Aquel “que pasó haciendo el bien” (Hch. 10,38)
Esta devoción está arraigada desde siglos en la Iglesia por los testimonios fundantes de los Santos Padres y de numerosos y admirables santos de todas las épocas, que han encontrado el compendio de la vida del Señor y un descanso en las preocupaciones y afanes terrenales en el regazo amoroso del Corazón misericordioso de Cristo. Para aclarar este concepto, el Directorio para la piedad popular y la liturgia afirma: “Entendida a la luz de la sagrada Escritura, la expresión “Corazón de Cristo” designa el misterio mismo de Cristo, la totalidad de su ser, su persona considerada en el núcleo más íntimo y esencial: Hijo de Dios, sabiduría increada, caridad infinita, principio de salvación y de santificación para toda la humanidad. El “Corazón de Cristo” es Cristo, Verbo encarnado y salvador” (nº166).
La liturgia de esta fiesta, en el viernes que concluye la octava del Corpus Christi, enlaza con el misterio del Calvario del Viernes Santo -como aquél rememora al del Jueves Santo- y, aún en un tono festivo y agradecido, recuerda como del costado de Cristo atravesado por la lanza brotó “sangre y agua” (cfr. Jn 19,34), símbolos de los sacramentos del Bautismo y Eucaristía, pilares fundamentales de la Iglesia. También alude a la entrega amorosa de Jesús durante toda su existencia terrena siguiendo la voluntad del Padre, de lo que deriva su invitación a seguirle por los caminos de nuestra vida “en íntima comunión con Él, a asumir su persona y su palabra como norma de conducta, y se presenta a sí mismo como maestro “manso y humilde de corazón” (Mt 11,29)” (Directorio, nº 167).
Diversas costumbres y ejercicios piadosos del pueblo cristiano adornan esta devoción entrañable, que tienen mucho del cariño heredado de nuestras madres y abuelas: novena, letanías, consagración, primeros viernes de mes…, y que, al igual que la abundante iconografía que la representa, aunque en algunos aspectos requieran una adaptación al lenguaje y la mentalidad de hoy, muestran por medio de elementos sensibles la centralidad del mensaje redentor de Cristo, de su persona y de su obra en el mundo entremezclado con la cotidiano de nuestras vidas ordinarias.
Todas estas ideas las resume muy bien el Directorio citado: “La devoción al sagrado Corazón constituye una gran expresión histórica de la piedad de la Iglesia hacia Jesucristo, su esposo y señor; requiere una actitud de fondo, constituida por la conversión y la reparación, por el amor y la gratitud, por el empeño apostólico y la consagración a Cristo y a su obra de salvación”. (nº 172).
En la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús ofrezcamos nuestras vidas e intenciones al Señor con las mismas palabras de la oración final de la misa: “Este sacramento de tu amor, Dios nuestro, encienda en nosotros el fuego de la caridad que nos mueva a unirnos más a Cristo y a reconocerle presente en los hermanos.” Amén.
Isidro González.
Fotografía: Sagrado Corazón de Jesús, Parroquia de la Concepción. Sevilla
Autor: Daniel Villalba